lunes, 17 de agosto de 2009

Criterio para valorar un acontecimiento histórico


Ayer tuve esa sensación que acompaña al hecho de estar viviendo un acontecimiento histórico. Y como yo, las 76.000 almas que llenaban el Estadio Olímpico de Berlín. Y es que Usain Bolt se postró en la noche de ayer como la persona más rápida del mundo (al menos en correr los 100 metros lisos). Y es que pulverizó todos los récords que había en esta modalidad hasta el momento (incluido el suyo, conseguido el año pasado en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008).

Fue una sensación como la que tuvo todo el mundo al ver televisados los atentados contra el World Trade Center de la ciudad de Nueva York (o los de Madrid, contra los trenes) o, por ejemplo, la investidrua de Barack Obama, como el primer presidente negro de los Estados Unidos de América. Y me imagino que como la que tuvieron los millones de espectadores a lo largo y ancho del mundo en aquél lejano 1969 al ver a Neil Armstrong pisar la luna por primera vez.

Quizá algunos puedan entender que el hecho de que un atletista jamaicano bata un récord de velocidad no pueda tener tanta trascendencia como unos atentados a escala planetaria que marcaron el inicio del siglo XXI o la llegada de una persona de color a la presidencia de la primera potencia mundial, creando un punto de inflexión en las luchas raciales de Estados Unidos, pero tengo la opinión de que cualquier acontecimiento que tenga la capacidad de enmudecer durante 9,58 segundos o durante toda una jornada llena de terror al mundo entero es digno de considerarse como tal. Y, sin duda, lo que ayer se vivió en el Estadio Olímpico de Berlín puede encuadrarse dentro de esta categoría.