lunes, 7 de junio de 2010

Ella no es igual. Ella es diferente

Ella sube al vagón nerviosa: es una mezcla del "mono" producido por la ausencia de lo que ahora la tiene así y de lo que va a hacer. Ella empieza a hablar de una forma pausada, cadenciosa. Ella nos pide perdón por si en algún momento nos molestara su sola presencia allí. Ella tiene una hija. Ella tiene una adicción. Y tiene que dar de comer a ambas. Ella no sólo pide dinero, prefiere también comida. Ella, que nada tiene, muestra comprensión hacia quien nada le da, porque comprende los malos momentos que la crisis está trayendo. Ella muestra más empatía hacia nosotros que nosotros hacia ella. Ella escoge bien las palabras. Ella tiene educación, tiene cultura. Sin embargo, ella no ha tenido suerte. Seguramente, ella ha cometido un error, y ahora ella (y su hija, y sus padres, etc.) lo está pagando.

Me gustaría ayudarla. No con unos céntimos, ni unos euros. No con la poca comida que en un momento dado lleve en la mochila. Me gustaría ayudarla sacándola de esa mierda que ahora la tiene atrapada. Porque ella tiene algo que muchos de los que montan a pedir cada día en un vagón de tren no tienen. Tiene una razón para seguir luchando más allá de la puta droga: sabe que puede continuar con la vida que un día se truncó para ella y para su hija. Sabe que puede ofrecer más que un simple discurso cada tarde con el objetivo de conseguir unos euros para el pico de por la noche. Y a mí (a nosotros) me gustaría ayudarla, pero no sabemos cómo.

Ella es la primera persona en sus circunstancias que me ha producido un sentimiento distinto del de la compasión: el de la impotencia. La impotencia de saber que en ella se esconde algo que el conjunto de la sociedad no está disfrutando.

Ella no es igual. Ella es diferente.