lunes, 23 de julio de 2012

Patriotismo fosilizado


Recuerdo que comencé este libro la misma noche en que España ganó la Eurocopa de 2012 contra Italia. El hecho de que se desatara un sentimiento patriótico tan "desbocado", mientras días atrás se había anunciado una amnistía fiscal para los estafadores de impuestos (¿qué mejor manera de demostrar el amor por tu país que ingresando religiosamente en sus arcas todo lo que le corresponda a tu nivel de ingresos?), y otras cuestiones como el hecho de que el Presidente del Gobierno decidiera acudir a la final del campeonato en vez de supervisar las labores de extinción de uno de los mayores incendios que ha asolado la geografía española en los últimos años (mientras los bomberos pedían motosierras eléctricas por Twitter), hicieron que no disfrutara (nunca suelo hacerlo, pero en esa ocasión menos) la victoria española. La verdad es que era una una mala noche para intentar ver algo bueno en nuestra especie, por varios motivos: un aborregamiento que llevaba a seres ebrios a cantar consignas que no sabían lo que significaban mientras toreaban con la bandera de España a los coches que circulaban por la calle; un sentimiento patriótico fundado en algo tan superficial y efímero como un partido de fútbol; comprobar que en lo único en lo que somos campeones es en el fútbol, y que a su población con eso únicamente le vale.

Es cierto que después de tan lamentable episodio he tenido dos buenas ocasiones para reconciliarme con el género homo sapiens: el recibimiento que el pueblo de Madrid hizo a los mineros que marchaban desde las diferentes cuencas españolas y la manifestación del pasado 19 de julio en la que quedó patente que el Pueblo no se resigna, que no le gusta lo que está ocurriendo, y que en ningún momento legitimó a ningún gobierno para que destruyera el Estado de Bienestar por el que han luchado nuestros padres y abuelos.

Desconozco las veces que José María Bermúdez de Castro se ha enfrentado y reconciliado con el género homo sapiens, pero por lo que nos cuenta en su libro "Exploradores. La historia del yacimiento de Atapuerca" han debido de ser unas cuantas. Y no precisamente con los de los fósiles que van apareciendo en el yacimiento de la provincia de Burgos, pues entre otras cosas pertenecen a la especie Homo Antecessor, sino con los primeros espadas de lo que se ha dado en llamar "la ciencia oficial". Nos cuenta Bermúdez de Castro que cuando todas las evidencias parecían apuntar a que lo que se estaba descubriendo en Atapuerca constituiría un hito y toda una novedad en la paleoantropología mundial, los representantes de la "ciencia oficial" ponían todos sus esfuerzos en minimizar los hallazgos y en encuadrarlos en alguna de las especies ya existentes, con el único objetivo de relativizar su valor científico.

Dentro de este libro es muy reseñable la crónica del viaje que llevó a algunos de los componentes del equipo de Atapuerca hasta Dmanisi (Georgia), donde de un modo ameno nos muestra cómo un país que todavía se encontraba apagando las cenizas de la guerra civil encontró fuerzas suficientes para realizar uno de los hallazgos más importantes de las últimas décadas en el campo de la paleantropología mundial. La radiografía que hace del país, de sus paisajes, de su gastronomía y de sus gentes bien vale una lectura de este libro, ya de por sí recomendable. 

Tampoco ahorra esfuerzos a la hora de criticar a los responsables de la Junta de Castilla y León en el año 1994, los cuales no confiaron en ellos en ningún momento, pero sí anduvieron bastante rápidos para hacerse una buena foto cuando entendieron que lo que se acababa de descubrir en esos días (el cráneo del "primer homínido europeo", "Miguelón") era un hallazgo de importancia mundial.

El libro de José María Bermúdez de Castro es el ejemplo perfecto de divulgación científica y pasión por lo que uno hace. Quien tenga la inquietud antropológica de saber cómo hemos llegado hasta unos días en los que pese a tener todas las herramientas necesarias a nuestro alcance para defender nuestros derechos y nuestra integridad, estamos consintiendo que nos quiten delante de nuestras narices todo lo que nos queda y nos permite reconocernos como ciudadanos, no debería dejar de pasar la oportunidad de leer este libro, y que a partir del origen que constituye la presencia de Homo Antecessor en la Sierra de Atapuerca, ate cabos y saque sus propias conclusiones.  

martes, 3 de julio de 2012

La buena Literatura


"Un buen libro debe ser simple. Y como Eva, debe provenir de algún lugar entre la segunda y la tercera costilla": debe haber un corazón latiendo en su interior".

"Desde luego, Brooklyn es un lugar un poco sucio", admitió. "Pero para mí simboliza un estado mental, mientras que Nueva York es sólo un estado financiero".

Un Parnaso o librería ambulante, tirado por una vieja yegua, capitaneado por un loco profesor, acompañado por un perro, y todo ello adquirido por 400 dólares de los años 20 por una señora solterona especialista en hornear pan en la granja familiar. Éste podría ser, básicamente, el resumen de "La librería ambulante", pero como no puede ser de otra forma caeríamos en el riesgo de ser demasiado simplistas y de perder la quintaesencia contenida entre sus páginas.

Porque "La Librería ambulante" es el amor por la Literatura, es llevar hasta el extremo la pasión por los libros, hasta el punto de hacer de ellos tu hogar y casi tu única compañía, únicamente por el afán de hacer extensiva la cultura a todos los lugares. Así como el grupo de teatro "La Barraca", dirigido por Federico García Lorca, se proponía llevar la pasión por el teatro a los pueblos más denostados en aquel período inicial de la II República, el profesor Mifflin hace lo posible por llevar los buenos libros a los granjeros del Medio Este americano, sin ninguna otra pretensión que intentar transmitirles un poco del amor que él siente por ellos o de que por lo menos tengan la oportunidad de intentar experimentarlo.

Pero "La librería ambulante" no son únicamente libros, sino también los copiosos y deliciosos menús que prepara Hellen McGill en su granja (la carne con salsa de manzana, las crujientes y calientes hogazas de pan, los donuts caseros, el café recién hecho) y también los paisajes de esa América profunda que tan bien sabe explicar Christopher Morley (las suaves brisas de las mañanas de otoño, el salitre de las ciudades costeras, el tintineo de los árboles con la suave brisa del atardecer).

Desde luego, este libro cubre sobradamente con las expectativas depositadas en él, y cumple con la máxima que abre este post. Es un libro simple, y contiene un corazón que late por muchos motivos, pero sobretodo por el amor a la Literatura, a la buena Literatura.