lunes, 31 de marzo de 2014

Día 1: El casco histórico de Dènia.

Por todos es conocida la podredumbre política y social en que se encuentra inmersa la práctica totalidad de la Comunidad Valenciana, y cómo ello ha afectado a la oferta turística de dicho territorio, basada fundamentalmente en sol, playa, paellas, sangría y discotecas.

Afortunadamente todavía queda algún reducto merecedor de una visita pausada, lejos del gentío de 'benidormes' y 'gandías'. Esa es la zona de Dènia y la Marina Alta, la cual se encuentra alejada de los estándares del hormigón que se hicieron fuertes allá por la década de los sesenta y las discotecas abiertas hasta el amanecer que hacen las delicias de los decantadores de alcohol barato en cantidades ingentes.

Por el contrario, Dènia guarda la esencia del pueblo marinero que no ha dejado nunca de ser, pero sin por ello dar la espalda a elementos modernizadores.


Destaca un casco histórico muy cuidado y muy bien conservado, dominado en todo momento por el castillo musulmán, que posteriormente fue ampliado por los cristianos. Actualmente, alberga el Museo Arqueológico de Dènia. Es recomendable visitarlo temprano, pues existe el riesgo de encontrárselo cerrado, tal y como nos pasó a nosotros.

Con las mismas, hubimos de volver al pueblo y comenzamos la visita por la Plaza del Ayuntamiento, porticado y en dos alturas, en pleno barrio medieval de Les Roques. 



Al otro lado de la plaza vigila la vida del pueblo la Iglesia de la Asunción, con maneras de catedral, y con la característica cúpula de cerámica azul de esta zona del Mediterráneo. El interés reviste cierto interés, y bien merece una visita si nos la encontramos abierta.




Desde ahí podemos dirigirnos, nos encontremos o no en la hora del aperitivo, a la calle de Loreto, plagada de bares, tabernas y restaurantes, y donde uno de ellos presume de ofrecer 120 ginebras y 17 tónicas. Y continuaremos por el Callejón de la Morería, una estrecha calle con balcones típicos ornamentados.




Si el atracón de gambas rojas de Dènia y el coma etílico de gin-tonics nos lo permiten, todavía podremos pararnos en alguna de las numerosas heladerías de la calle del Marqués de Campo, donde ya podemos notar la cercanía del mar y del salitre por una razón: las bocinas de los ferrys del puerto no dejarán de acompañarnos mientras estemos por la zona.



Frente al puerto de ferrys podemos encontrar una zona dedicada a restaurante bastante variados (arrocerías, pizzerías, parrillas, brasseries, etc.) cuyos aromas nos acompañarán durante nuestro paseo de vuelta por la Playa de las Marinas, y desde donde divisaremos las primeras luces nocturnas de la capital valenciana.