jueves, 19 de junio de 2014

Día 3: Jávea

Tras pasar la última mañana aprovechando los rayos de sol de la primavera en una de las magníficas playas de Dénia, por la tarde nos acercamos a Jávea, un pueblo costero con una gran riqueza monumental y paisajística.


Un buen punto de inicio para comenzar la visita a Jávea es la Playa del Arenal, escoltada a un lado por el Parador Nacional de Turismo y a otro por unas formaciones rocosas, a las cuales se accede por una gruta de piedra que permite cruzar al otro lado. Una vez aquí, podemos contemplar unas maravillosas vistas de la playa al atardecer y del faro del Cabo de San Antonio, en el que ya estuvimos el día anterior.







En el paseo por la playa podremos comer o cenar en alguno de los numerosos restaurantes que se encuentran en el paseo. O quizá tomar una copa en cualquiera de las terrazas de la playa o un helado en alguna de las numerosas heladerías que ahora proliferan en las zonas de playa.

Pero no podemos dejar la Playa del Arenal sin visitar la zona trasera del Parador de Turismo. Unas rocas horadadas por el agua desde las que obtendremos otra perspectiva de la playa en la que antes nos encontrábamos. Merece la pena permanecer un rato viendo cómo rompen las olas contra las rocas y cómo los pescadores faenan intentando recoger los peces rezagados a última hora de la tarde.



Antes de marcharnos visitamos el casco histórico de Jávea. Se encontraba en plenas fiestas patronales y, quizá por ello, tenía un brillo especial. Balcones repletos de flores bajo una luz taimada y cruces hechas de flores nos acompañaron a lo largo de todo el recorrido por la zona. Las calles porticadas nos conducen al centro neurálgico del municipio, la plaza de la Iglesia, que alberga la Iglesia de San Bartolomé, que con su aspecto fortificado y la espléndida portada gótica constituyen la pieza arquitectónica más importante del pueblo.






No podemos abandonar el pueblo sin visitar el Mercado Antiguo o pasear entre los palacios de los que está trufado el casco histórico (por ejemplo el que alberga el Museo Histórico y Etnográfico Municipal), ni tampoco sin degustar el marisco que se sirve en los muchos bares y restaurantes situados en torno a la plaza de la Iglesia.




De vuelta, por el Parque Natural del Montgó, la brisa nocturna del mar Mediterráneo nos despedía de esta preciosa zona de la Comunidad Valenciana, en la que, como pudimos comprobar, no todo está perdido.