martes, 16 de noviembre de 2021

Soldados de causas que ya no existen

 "Soy un espía muerto de un país que no existe"

Carré es un espía argentino al que han traicionado, al que han vilipendiado en innumerables ocasiones, pero que, sin embargo, todavía está dispuesto a dar la vida por aquello en lo que sigue creyendo, aunque esto suponga arriesgarse por un país que ya no existe, por una causa que ya no existe. Qué difícil no sentirse identificado con el agente Carré en algunas ocasiones.

El último encargo que la nación tiene para Carré consiste en transportar a su lugar de origen el denominado 'Milagro Argentino', que no es otra cosa que el cuerpo resucitado (a través de procedimientos electrónicos e informáticos) de uno de los padres de la patria argentina. Y lo que, a priori, parece un encargo fácil, que permitirá a Carré retirarse plácidamente en su país en olor de multitudes, se convierte en un trabajo envenenado finalmente difícil de cumplir.

Y es en estas complicaciones donde se nota la mano experta de Osvaldo Soriano, que puso en El ojo de la patria todos sus esfuerzos para ofrecernos una novela de espías equiparable a la mejor literatura de suspense como la que procede de latitudes más septentrionales que en las que se sitúa el país de la Pampa.

Sin embargo, el libro tiene un punto de inflexión que está a punto de mandar al traste la trama tan pulcramente construida hasta ese momento: la estancia de Carré y el prócer en el Hotel Orion. Los hechos que ocurren allí son tan surrealistas que desentonan demasiado con todo lo que venía sucediendo hasta ese momento, y que, obviando dicho fragmento, podría enmarcarse en cualquier novela de género policíaco o de espías sin demasiados esfuerzos. Pero el hecho de que los huéspedes sean escritores que redactan libros para no ser vendidos o que los gerentes del hotel sean una banda de hombres travestidos no ayuda, precisamente, a tomarse en serio al menos esta parte del libro.

Menos mal que el bochorno que genera es algo pasajero, y el último tercio del libro vuelve a recobrar la trama de suspense que nunca debería haber abandonado, pues vuelven las persecuciones, las misiones secretas, y los encuentros furtivos en mitad de la noche. El final, entre lo onírico y lo psicodélico, se encuentra a la altura del resto de la novela.

“Llevaba el pasado de otros porque no tenía uno propio. […] La traición era el único sobresalto posible en ese encierro de lealtades inciertas”.

Osvaldo Soriano se muestra en El ojo de la patria como un representante muy digno de la narrativa iberoamericana del último tercio del siglo XX. Es, como decimos, una obra irregular, por cuanto tiene un comienzo lento, y va cobrando cuerpo hasta llegar al último tercio, pero es el inicio en el que se nos presenta a Carré y el entorno en el que se mueve el que nos hace disfrutar del resto de la novela. 

La atmósfera detectivesca adaptada por Soriano a la idiosincrasia argentina, con toques de la mejor novela estadounidense sobre el género y, sobre todo, el carácter surrealista de la trama, hacen que nos encontremos ante una obra original, con un punto de vista que el lector no espera encontrar si atendemos a lo que se cuenta en las primeras páginas.

Referente de otros autores argentinos como Eduardo Sacheri, Osvaldo Soriano maneja a la perfección los diálogos, concisos unos, incisivos otros, ácidos la mayoría de ellos, y eso hace que la novela parezca más ligera, cuando en realidad tiene bastante carga de profundidad y unas sentencias que podrían haber sido extraídas de cualquier manual de filosofía moderna.

“Ahora que había arriesgado empezaba a sentirse digno de ser alguien. Tal vez ése era todo el secreto”.

"Tenía muchas cosas que hacerse perdonar pero pensaba que el Cielo también le estaba debiendo algunos favores”.