martes, 21 de diciembre de 2021

Jugábamos sobre la ignominia

 


Encoge el corazón descubrir con el paso de los años cómo algunos de los lugares sobre los que jugamos siendo niños escondían en sus entrañas una ignominia que todavía hoy se encuentra grabada en el corazón de muchas familias de nuestro país. Uno de estos lugares es el cementerio del municipio toledano de Alcaudete de la Jara, paso obligado, en muchas ocasiones, de nuestros paseos y correrías por las calles de la localidad en el período en el que mi familia dispuso allí de una segunda vivienda. En esos rodeos, matutinos o vespertinos, no éramos conscientes de que los alrededores de aquella tapia encalada albergaban el cuerpo de 28 vecinos fusilados por el bando nacional durante la Guerra Civil, en la que posteriormente se conoció como "Fosa La Pradera".

Tampoco sabía entonces, y sí ahora después de leer el magnífico libro 'Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas', de Carlos Hernández de Miguel, que muchos (o todos) de esos asesinados pudieron pasar sus últimas horas de vida en el campo de concentración que las tropas franquistas habían montado en el pueblo contiguo, Belvís de la Jara. Estábamos, en definitiva, jugando sobre la maldad sin conscientes de nada de ello.

Para sacarnos de esa ignorancia, 'Los campos de concentración de Franco' suponen una radiografía integral de la creación, desarrollo y desaparición de la red de campos de concentración implantados por el régimen franquista durante los últimos años de la Guerra Civil y toda la dictadura.

Se trata de una obra muy exhaustiva, muy bien documentada y muy prolija en datos, testimonios y localizaciones de las ubicaciones acreditadas de los campos de concentración que compusieron la red.

El libro se estructura en dos partes bien diferenciadas, que se complementan como un engranaje perfectamente engrasado. En la primera se desarrolla la creación y expansión de la red de campos durante el extenso período en el que estuvieron activos, analizando los cambios de denominación de los que fueron objeto a lo largo del tiempo; la segunda parte analiza todos (y cuando decimos todos, es todos) los aspectos de la vida cotidiana del campo de concentración: nutrición, condiciones de salubridad, relación con los guardianes, con los presos, ocio, educación, y un largo etcétera.

Como decimos, ambas partes se engranan a la perfección, siendo la primera más academicista y más densa, y la segunda más amena y humana, más alejada de los fríos datos y más apegada a los testimonios de quienes estuvieron en los campos de concentración o de sus familiares.

Al final del libro, el autor deja un listado de ubicaciones sobre las que existen sospechas de posibles emplazamientos de campos de concentración. Se trata de un interesante hilo del que pueden tirar otros investigadores interesados en esta época de la historia de España.

En definitiva, sorprende comprender lo cerca que hemos estado alguna vez de un campo de concentración: desde el que se ubicó en el Convento de San Marcos de León, en la actualidad Parador Nacional de Turismo, hasta el que se ubicaba en el del pueblo de al lado de nuestra madre, donde tanto jugamos cuando éramos niños. Afortunadamente, este libro desentierra en gran parte ese oscuro y desconocido pasado.

martes, 16 de noviembre de 2021

Soldados de causas que ya no existen

 "Soy un espía muerto de un país que no existe"

Carré es un espía argentino al que han traicionado, al que han vilipendiado en innumerables ocasiones, pero que, sin embargo, todavía está dispuesto a dar la vida por aquello en lo que sigue creyendo, aunque esto suponga arriesgarse por un país que ya no existe, por una causa que ya no existe. Qué difícil no sentirse identificado con el agente Carré en algunas ocasiones.

El último encargo que la nación tiene para Carré consiste en transportar a su lugar de origen el denominado 'Milagro Argentino', que no es otra cosa que el cuerpo resucitado (a través de procedimientos electrónicos e informáticos) de uno de los padres de la patria argentina. Y lo que, a priori, parece un encargo fácil, que permitirá a Carré retirarse plácidamente en su país en olor de multitudes, se convierte en un trabajo envenenado finalmente difícil de cumplir.

Y es en estas complicaciones donde se nota la mano experta de Osvaldo Soriano, que puso en El ojo de la patria todos sus esfuerzos para ofrecernos una novela de espías equiparable a la mejor literatura de suspense como la que procede de latitudes más septentrionales que en las que se sitúa el país de la Pampa.

Sin embargo, el libro tiene un punto de inflexión que está a punto de mandar al traste la trama tan pulcramente construida hasta ese momento: la estancia de Carré y el prócer en el Hotel Orion. Los hechos que ocurren allí son tan surrealistas que desentonan demasiado con todo lo que venía sucediendo hasta ese momento, y que, obviando dicho fragmento, podría enmarcarse en cualquier novela de género policíaco o de espías sin demasiados esfuerzos. Pero el hecho de que los huéspedes sean escritores que redactan libros para no ser vendidos o que los gerentes del hotel sean una banda de hombres travestidos no ayuda, precisamente, a tomarse en serio al menos esta parte del libro.

Menos mal que el bochorno que genera es algo pasajero, y el último tercio del libro vuelve a recobrar la trama de suspense que nunca debería haber abandonado, pues vuelven las persecuciones, las misiones secretas, y los encuentros furtivos en mitad de la noche. El final, entre lo onírico y lo psicodélico, se encuentra a la altura del resto de la novela.

“Llevaba el pasado de otros porque no tenía uno propio. […] La traición era el único sobresalto posible en ese encierro de lealtades inciertas”.

Osvaldo Soriano se muestra en El ojo de la patria como un representante muy digno de la narrativa iberoamericana del último tercio del siglo XX. Es, como decimos, una obra irregular, por cuanto tiene un comienzo lento, y va cobrando cuerpo hasta llegar al último tercio, pero es el inicio en el que se nos presenta a Carré y el entorno en el que se mueve el que nos hace disfrutar del resto de la novela. 

La atmósfera detectivesca adaptada por Soriano a la idiosincrasia argentina, con toques de la mejor novela estadounidense sobre el género y, sobre todo, el carácter surrealista de la trama, hacen que nos encontremos ante una obra original, con un punto de vista que el lector no espera encontrar si atendemos a lo que se cuenta en las primeras páginas.

Referente de otros autores argentinos como Eduardo Sacheri, Osvaldo Soriano maneja a la perfección los diálogos, concisos unos, incisivos otros, ácidos la mayoría de ellos, y eso hace que la novela parezca más ligera, cuando en realidad tiene bastante carga de profundidad y unas sentencias que podrían haber sido extraídas de cualquier manual de filosofía moderna.

“Ahora que había arriesgado empezaba a sentirse digno de ser alguien. Tal vez ése era todo el secreto”.

"Tenía muchas cosas que hacerse perdonar pero pensaba que el Cielo también le estaba debiendo algunos favores”.
 

sábado, 2 de octubre de 2021

Vallecas fue un cuadro de Brueghel el Viejo


Todo apuntaba a que la nevada que iba a caer sobre Madrid iba a ser histórica. Y la verdad es que casi nadie pudo imaginar la situación tan dantesca que íbamos a acabar viviendo durante más de una semana.

Filomena empezó a enseñar su potencial el jueves 7 de enero, con unos pequeños copos que ya comenzaron a platear los árboles desnudos de la ciudad, pero que ni de lejos permitían imaginar lo que se avecinaba.

El día siguiente, viernes 8, comenzó frío pero normal como cualquier viernes invernal: con tráfico, con temperaturas gélidas, con la ciudad desperezándose lentamente según avanzaban las horas. A mediodía, empezó a caer nieve con una intensidad que auguraba una situación inusual. En muchos centros de trabajo, incluido el mío, se permitió la salida anticipada de los empleados para evitar que se quedaran embotellados en los más que presumibles atascos que se iban a ir formando con el avance de la tormenta. En aquellos en los que no se pudo o no se quiso, eso fue precisamente lo que acabó pasando.

Vivir pegado, literalmente, a la M30 ese día nos proporcionó un mirador ideal desde el que contemplar la complicada situación que se estaba generando en toda la ciudad en general, y en nuestra zona en particular. 



Ya de madrugada, comprobando que había gente atrapada en los coches, fue cuando intentamos ayudar de cualquier forma para intentar permitirles sobrellevar la situación de la manera menos penosa posible. Algo (aunque poco) conseguimos en ese sentido.

La mañana del sábado 9 comenzó nublada y con Filomena dando sus últimos coletazos en forma de nieve. La situación todavía era desapacible, pero nos permitió acercarnos a pie hasta la plaza de Conde de Casal. Por el camino pudimos contemplar una imagen apocalíptica de la M30, solitaria, sin coches, con personas caminando sobre la nieve posada a su vez sobre el asfalto. Una imagen que podría estar sacada de cualquier relato de Cormac McCarthy.



En Conde de Casal había ambiente festivo, con todo el mundo jugando y disfrutando con la nieve, olvidando por unos momentos la situación de pandemia en la que nos encontrábamos. Incluso algún valiente en coche vimos pasar. No duró mucho circulando.

Después de volver a casa empapados, comimos algo y descansamos. Por la tarde, ya había dejado de nevar, y como la situación estaba más tranquila, decidimos acercarnos hasta el parque del Cerro del Tío Pio (comúnmente conocido como de las Siete Tetas), pero no sin antes comprobar desde la ventana la quietud en la que había quedado todo, con el cielo todavía malva, proyectando una luz espectral sobre todo el ambiente, en unas imágenes, con el Pirulí al fondo, y todas las luces de las casas encendidas, que recordaban a una ciudad futurista como la de Blade Runner.




Después de acercarnos al futuro desde el salón de nuestra casa emprendimos el camino hacia el parque, materializando una de las mejores decisiones que hemos tomado en lo que va de año (básicamente porque estuvimos a punto de no hacerlo).

El camino hasta el parque fue lento y tortuoso, debido a la gran cantidad de nieve acumulada en las calles, pero una vez que llegamos, comprobamos que estaba lleno de vida, de esa vida que nos ha sido parcialmente arrebatada en este último año y medio. Jóvenes que habían desempolvado sus tablas de snowboard o sus esquís, pero no para surcar los remontes de la sierra de Guadarrama o La Pinilla, sino para conquistar cada uno de los siete montículos que dan nombre oficioso al parque más famoso de Vallecas.


De repente, desde lo más alto de la montaña más alta, el barrio se había convertido en un cuadro de Brueghel el Viejo: un paisaje completamente invernal, con un cielo violeta que destilaba frío, los tejados, las calles y la hierba cubiertos por la nieve, y en el fondo cientos de diminutos puntos negros en movimiento, disfrutando de la histórica jornada de nieve en el centro de la ciudad.







A la vuelta, el panorama era desolador: ramas de árbol vencidas por el peso de la nieve, coches y ambulancias, así como autobuses abandonados. Sin embargo, este escenario catastrófico no iba a hacer que olvidásemos el espectáculo que acabábamos de contemplar.

La mañana del domingo 10, el cielo se despertó limpio y azul, el ambiente gélido y los ánimos repuestos. La ciudad era ahora un gran parque del que disfrutar sin prisas. Los problemas comenzarían un día después, el lunes, con una ciudad colapsada por la nieve, que tardaría semanas en estar operativa, pero eso ya no es tan amable de contar...



domingo, 19 de septiembre de 2021

Los diferentes prismas de la soledad

"Son muchas las cosas maravillosas que han salido de la ciudad solitaria: cosas forjadas en soledad, pero también cosas que sirven para curarla"


Nueva York como personaje o como un elemento indispensable para el desarrollo de una historia ha sido utilizada en innumerables ocasiones en el cine, en la literatura, e incluso en la música. El último gran ejemplo son el documental y el libro de Fran Leibowitz. En ese sentido, La ciudad solitaria, de Olivia Laing, no se diferencia demasiado, pero sí es bastante original el planteamiento de ubicar en la ciudad sus propias vivencias de la soledad y de siete artistas contemporáneos, convirtiendo las calles y los edificios en sitios sin los que sería imposible entender las experiencias ocurridas en ellos.

Pero al margen de este planteamiento, lo que hace Laing es abordar los diferentes prismas de la soledad a partir de la obra de un artista. De Edward Hopper analiza la soledad de sus cuadros, de sus personajes, de los escenarios y perspectivas vacíos utilizados en los mismos.


En Andy Warhol la soledad se manifiesta en cualquier situación, a pesar de rodearse siempre de gente en fiestas multitudinarias celebradas en su casa de Nueva York. Siendo consciente de esta soledad que experimentó, se entiende la importancia que tuvo en su vida la grabadora que lo acompañó a todos lados durante su etapa adulta. Tangencialmente, también se trata la soledad por desarraigo que vivió Valérie Solanas, una autora underground que intentó acabar con la vida de Warhol con varios disparos en el vientre.


El caso de David Wojnarowicz analiza una obra marcada por la soledad propiciada por la ausencia de una madre y un padre, y los intentos de suplir esa carencia en la adolescencia con encuentros de sexo fugaz y desaforado con otros seres solitarios en los almacenes portuarios del Hell's Kitchen neoyorkino. De esa época es la serie fotográfica Rimbaud en Nueva York.

De Henry Darger, Laing analiza su soledad y desamparo en la edad adulta, más que probablemente motivados por sus problemas mentales. Desarrolló toda su actividad artística en una minúscula habitación, abarrotada de desperdicios de la basura, ordenados y clasificados de una manera muy minuciosa y delirante. Su obra cumbre, Los reinos de lo irreal, plantea una disyuntiva sobre las intenciones de su autor, pues no es sencillo determinar si hace apología de la depravación y de la pedofilia, o existía realmente un deseo de proteger a las niñas que pintó en el cuadro.


En el caso del cantante Klaus Nomi se analiza la soledad derivada de la enfermedad. En la cúspide de su carrera se conoció que fue uno de los primeros famosos en infectarse de sida. Esta enfermedad y las secuelas físicas derivadas de la misma le obligaron al ostracismo social (en buena parte por el desconocimiento y la superstición que envolvía a la misma en aquellos primeros momentos), por lo que tuvo que enfrentar la misma en soledad. Sólo la amistad que le unía a Wojnarowicz y la fundación de una act up por parte de éste para denunciar el abandono que sufrían los enfermos de sida por parte de las autoridades estadounidenses, hicieron que su enfermedad y la de otros millones de personas tuviera visibilidad al final de su vida.

El caso de Josh Harris se utiliza para tratar la soledad del individuo en la época de las nuevas tecnologías y las redes sociales. Harris llevó a cabo el experimento Quiet, consistente en reunir en un espacio semiclandestino de Nueva York a un grupo de personas videovigiladas durante 24 horas, en una suerte de 'Gran Hermano', pero más extremo. Posteriormente, intentó reproducir el experimento con su pareja durante 100 días, pero ella acabó abandonando antes de tiempo.

La última cara de la soledad analizada por Laing es la de la ausencia, y para ello utiliza la obra 'Strange fruit', de Zoe Leonard. Se trata de una pieza compuesta por pieles de fruta cosidas por un hilo, que por dentro se encontraban vacías, y por fuera, la piel, el hilo y las costuras. Llama la atención, y le vale a Laing para buscar la conexión, que Warhol también tuviera costuras en el pecho y el abdomen, debido a los disparos de Valérie Solanas.


Todos estos prismas tiene la soledad, y el desenvolvimiento de cada uno de ellos en una faceta artística fue lo que ayudó a Olivia Laing en sus momentos más duros en la Gran Manzana. Y por ello, este libro es un magnífico retrato de las últimas décadas de la ciudad, descritas por una persona que vivió una importante experiencia vital en sus calles y detrás de los muros de sus edificios.

domingo, 6 de junio de 2021

El ser humano es un animal que añora

La primera noticia de 'Sobre la nostalgia. Damnatio memoriae'  la tuve durante los paseos vespertinos desde casa hasta el Cementerio de la Almudena (un buen lugar para ejercitar la nostalgia, por cierto), en la época en la que comenzaron a relajarse las medidas de confinamiento tras el primer estado de alarma. Como nexo común en casi todas mis últimas lecturas, el autor fue entrevistado por Javier Aznar, en una de las habitaciones de su ya imprescindible 'Hotel Jorge Juan'.

Me pareció muy interesante la aproximación a ese concepto, el de la nostalgia, desde la filosofía y la mitología, justo en el momento en el que lo que más añorábamos era nuestra vida anterior a la pandemia. El de la nostalgia de ver a nuestros seres queridos y estar acompañados por ellos durante la parte más dura del confinamiento domiciliario al que nos abocó el COVID-19.

En 'Sobre la nostalgia', Diego S. Garrocho disecciona desde una perspectiva histórica y filosófica el concepto de nostalgia. Se trata de un ensayo muy académico en algunos pasajes, que no he podido disfrutar cuanto me hubiera gustado, debido a mis propias carencias y limitaciones en la materia. Otros, sin embargo, en un lenguaje más asequible para el lector común, como quien esto escribe, nos acercan al concepto que da título al libro y a una serie de lugares perfectamente transitables para la mayoría:

"La amenaza de un dolor es mucho más temible que la vivencia de un sufrimiento en tiempo presente".
"La fortuna ha querido que en nuestra lengua la «espera» y la «esperanza» converjan en una misma palabra. «Esperar» es una acción ambigua y dual en la que la permanencia o la persistencia paciente parece custodiar un optimismo injustificado. La polisemia del término fascinó a André Gide, quien celebró la coincidencia que en nuestra lengua nos obliga, cada que entramos en una «sala de espera», a entrar en una «sala de esperanza». Allí donde esa esperanza se exilia, disipa o se aniquila -podríamos volver a Hesíodo- se pierde el sentido de la espera e incluso se hace imposible su ejercicio".
"Es probable que cada vez que añoramos un lugar no echemos de menos una circunstancia espacial concreta sino un tiempo sido".
"No hay nada más antiguo que el futuro, pero al mismo tiempo no hay nada más moderno, o postmoderno, que invocar el pasado".

Personalmente, la parte que más disfruté durante la lectura fue la que abordaba el concepto de nostalgia desde una perspectiva histórica, resultando muy interesante el capítulo dedicado a la 'damnatio memoriae', una condena habitual en la antigua Roma, consistente en borrar de la memoria colectiva el recuerdo de un enemigo del Imperio, suprimiendo cualquier rastro que pudiera permanecer en placas conmemorativas, edificios, esculturas, etc. Era una versión más depurada (y menos cutre) de las purgas llevadas a cabo en la URSS con aquellos a los que se purgaba y condenaba al ostracismo. 

Igualmente interesante es el tratamiento de la enfermedad de la nostalgia de la que fueron diagnosticados los soldados suizos que se enrolaban en misiones lejos de su país (la enfermedad también recibió el nombre de "mal del país") y que no podían olvidar los verdes paisajes de su patria mientras se encontraban luchando lejos de ellos.

En definitiva, un libro muy interesante, que nos acerca de una manera integral a un concepto más presente en nuestra vida de lo que podríamos pensar, pero al que es conveniente acercarse con determinadas bases sobre conceptos filosóficos para poder disfrutarlo en su totalidad.

domingo, 14 de marzo de 2021

Un ticket de parking y un bolígrafo


Este ticket de parking y este bolígrafo simbolizan el paso del tiempo desde los primeros días de incertidumbre y el inicio del duro confinamiento que comenzó hoy justo hace un año.

El ticket de parking tiene un año y un día. Tiene impresa una fecha (el 13 de marzo de 2020) y una hora (las 14:56). Fue el momento exacto en el que entré en el parking del supermercado en el que intenté comprar las últimas provisiones antes de encerrarnos a cal y canto en nuestras casas. Viniendo del trabajo pude escuchar en la radio que la Comunidad de Madrid acababa de decretar el cierre de todos los establecimientos no esenciales, como preludio al confinamiento generalizado que se iba a adoptar el día siguiente. Pero en ese momento la incertidumbre era enorme, y nadie sabía en qué momento se iba a hacer oficial, por lo que desde unos días atrás, coincidiendo con el cierre de los centros educativos, la población había empezado a hacer acopio (quizá de manera excesiva) de víveres y productos de primera (y no tan primera) necesidad. A las 15:00 de la tarde del 13 de marzo, el supermercado era un erial. 

Pero ese ticket de parking simboliza algo todavía más profundo. Y es que la fecha que tiene impresa quedará necesariamente grabada en nuestra memoria como nuestro último día en la "antigua normalidad", pues nada hacía presagiar que un año después todavía estaríamos inmersos en esta pesadilla que puso del revés toda nuestra vida. El último día de paseo por la calle sin mascarilla; el último momento para citarnos con nuestros seres queridos antes de una separación forzosa de varios meses; la última ocasión para abrazarnos con aquellos de los que el confinamiento nos separó, y con los que, aún hoy, no nos hemos visto tanto como nos gustaría. En definitiva, el último día de nuestra vida, tal y como la conocíamos hasta ese momento.

El bolígrafo, que empecé el 18 de marzo, ha finalizado su vida útil en el día de hoy, justo cuando se cumple un año de la vigencia del estado de alarma que nos mantuvo en casa durante tres meses, saliendo únicamente de casa para lo estrictamente necesario. Cuando el teletrabajo se presentó en nuestras vidas como una realidad ineludible, a muchos nos pilló con lo puesto. En casa nunca han faltado elementos de escritura (cuadernos, bolígrafos, lápices), pero las ofertas que muchas tiendas con olfato comenzaron a multiplicarse en aquellas fechas, hizo que comprásemos un buen número de ellos, para lo que se preveía un encierro no tan corto como nos habían indicado. Todavía recuerdo la libreta y el asunto exacto en el que lo utilicé: el estudio del Real Decreto-Ley publicado por el gobierno en el que se fiaba a la figura de los expedientes de regulación temporal de empleo el mantenimiento de los puestos de trabajo que estaban en riesgo con motivo del escenario derivado del confinamiento y del parón casi total de la actividad económica del país. Se abría así, con la tinta de un bolígrafo sobre una libreta común, una etapa trepidante, que aún hoy perdura.

Este año ha tenido muchas sombras desde un punto de vista general (muchas vidas humanas se han quedado por el camino, la desigualdad se ha cebado con las personas más vulnerables, la situación económica (general y particular) ha empeorado), pero también ha tenido algunas luces bastante importantes: he conocido, más si cabe, el valor de un compañerismo bien entendido, en el que, aquí sí, nadie se quedaba atrás, y haciendo gala de una sincronía en el remo de la embarcación que evitó que zozobrara en los peores momentos; he comprobado que se puede seguir queriendo a la persona que amas después de cruzarnos durante 24 horas en una vivienda de 70 metros cuadrados; he experimentado de primera mano que, si hay voluntad, se pueden forjar los lazos de la familia y de la amistad en la distancia; y, finalmente, que también en la distancia se puede sufrir con quien lo está pasando mal y temer a un enemigo invisible.

Un año después sabemos que en casa estábamos protegidos, estábamos cuidándonos, al mismo tiempo que en la calle (y sobre todo en los hospitales) había personas jugándose la vida ante algo desconocido. Y justo un año después de intentar hacer la compra en un supermercado desolado y de empezar a gastar la tinta de un bolígrafo, puedo afirmar con total certeza y seguridad que no hemos sido lo suficientemente agradecidos con esas personas. Así que un año después, gracias.  

martes, 9 de febrero de 2021

Un pueblo que se dejó traicionar


Ya se sabe que en una casa con niños siempre es más complicado encontrar momentos para cualquier otra cosa que no sea la atención a sus necesidades permanentes. Sin embargo, esta Navidad quise probar si podía contravenir ese mito con la lectura de
'Un pueblo traicionado', del hispanista británico Paul Preston. Eso obligaba, por un lado, a fijar un objetivo diario de lectura y, por otro, a acelerar el paso aquellos días en los que no había cumplido durante la jornada anterior. Y sí, puedo decir que, después de un mes, pude terminar este volumen de casi 800 páginas sin que me faltase ni me sobrase ningún día. Filomena me concedió una prórroga de una semana (tiempo en que estuvieron cerradas las bibliotecas públicas en Madrid), pero no fue necesario.

El autor de este volumen es, como se ha dicho, Paul Preston, historiador hispanista británico, que puede presumir de conocer la idiosincrasia y los avatares de nuestra historia mejor que la mayoría de las personas nacidas aquí. Resulta llamativo que tengan que venir de fuera a ponernos frente al espejo, en lo que a debate historiográfico se refiere.

'Un pueblo traicionado' comprende el período que va desde la Restauración de 1874 hasta la proclamación de Felipe VI como Rey de España. A lo largo de todo ese lapso temporal, el libro narra la historia de un pueblo que se ha dejado traicionar por su falta de determinación en momentos fundamentales ante gobernantes despiadados, que aprovecharon ese adormecimiento para implantar regímenes de corrupción, nepotismo y terror en varias ocasiones durante ese período.

A pesar de contar con miles de nombres, fechas y acontecimientos, el libro se lee como una novela, a lo que, sin duda, ayuda la afilada y directa prosa de Preston, pero, también, lo apasionante que fue el período de la historia de España que narra.

Muchos son los personajes que pueblan las páginas de 'Un pueblo traicionado', como da buena cuenta de ello el cuantioso apéndice que recoge a todas y cada una de las personas citadas en el libro de un modo u otro, pero lo que sorprende es la cantidad de personajes secundarios que han asolado nuestro país, y que luego han tenido una relevancia fundamental desde bambalinas en el devenir de su historia. Muchos podrían ser los ejemplos, pero uno de los que más me llamó la atención fue Severiano Martínez Anido, sanguinario personaje presente en todo movimiento represor desde principios del siglo XX hasta el final del franquismo.

Sin embargo, lo que evidencia 'Un pueblo traicionado' es que ni siquiera el paréntesis que supuso la II República entre gobiernos de corte autoritario, cuando no abiertamente fascistas, estuvo exento de claroscuros, e incluso en ese período pueden encontrarse gobernantes que no supieron estar a la altura de las circunstancias y de la importancia del momento histórico. Ese es el caso de Santiago Casares Quiroga, presidente del Consejo de Ministros en el momento del golpe de estado de Franco, quien exigía que no se le molestase durante la noche bajo ninguna circunstancia, lo que impidió poder avisarle del alzamiento de las tropas que había comenzado durante la noche del 17 al 18 de julio de 1936 y evitando así dar una rápida respuesta al mismo.

'Un pueblo traicionado' genera impotencia por la cantidad de oportunidades perdidas por nuestro país para llegar a ser un país moderno y con una democracia consolidada, como los de nuestro entorno, pero que tuvo la mala fortuna de encontrarse con una clase dirigente sin escrúpulos, más interesada en su enriquecimiento personal que en el interés general del país.

Justo hoy ha tenido comienzo el juicio por la reforma de la sede del Partido Popular que, presuntamente, se habría sufragado con dinero de la "caja B" del partido, y desde hace unos días su ex tesorero, Luis Bárcenas, ha venido caldeando el ambiente con una confesión que incrimina a la antigua cúpula del partido en la configuración de esa contabilidad paralela. Ese es uno de los últimos acontecimientos que aparece en las páginas finales del libro cuando se aborda la trama Gürtel, y no es sino una muestra más de que, a veces, en más ocasiones de las deseadas, sí estamos condenados a repetir nuestra historia.

martes, 26 de enero de 2021

Canencia: un puente medieval nevado


Los preparativos de la salida
Los habitantes de Madrid vivimos desde septiembre de 2020 con el temor de que nos confinen perimetralmente en nuestros barrios, por lo que no pensamos ni un momento en ponernos en marcha pronto al día siguiente para poder ver y disfrutar un poco de la nieve, tan improbable en el centro de Madrid. Así que el día de Año Nuevo, inusualmente, todos nos fuimos pronto a dormir, pues el despertador, pese a ser un sábado de vacaciones, iba a sonar muy pronto.

Destino: ¿Puerto de Navafría o Canencia?
A las 8:50 ya estábamos en marcha. La Autovía A1 iba muy fluida, pero cuando llevábamos 40 minutos de camino, a las 9:30, los carteles luminosos de la carretera ya indicaban que los aparcamientos de la sierra estaban completos. Afortunadamente, en ningún momento nos planteamos ir a Navacerrada o a Cotos, que es donde se estaban formando las aglomeraciones.

Las opciones que barajábamos eran el puerto de Navafría o el puerto de Canencia. El problema era que la noche anterior había nevado y la subida a ambos puertos comenzaba a estar complicada y no llevábamos el vehículo preparado.

Finalmente, cuando cruzamos el pueblo y vimos el estado de la carretera que sube al puerto de Canencia, decidimos quedarnos recorriendo sus calles, que también tienen gran atractivo, y lo más importante, nieve...

Un paseo hasta Puente Canto
Dejamos el vehículo en el mismo punto que el día que realizamos la ruta senderista del arroyo de Canencia. Desde aquí, a muy pocos pasos, llegamos a un paseo cortado, presidido por un pilón, que ese día se encontraba helado. A la derecha, un intacto manto blanco esperaba impaciente para que los más pequeños lo revolvieran.


Después de un rato en esta zona, nos desplazamos hasta el Puente Canto, una imponente estructura que no esperaríamos encontrar en un pequeño pueblo de la sierra norte de Madrid. 

El paraje nevado con el puente al fondo podría haber formado parte, sin problema, de la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa, pues no cuesta imaginar a Adso de Melk y a Guillermo de Baskerville cruzándolo para llamar a las puertas del monasterio del norte de Italia donde se desarrolla toda la acción.


El Puente Canto data del siglo XIV o XV, y está formado por dos arcos asimétricos, contando en la parte superior del más grande con un pequeño mirador. En la parte inferior tiene un contrafuerte semicircular destinado a aliviar la estructura del puente de los embates de la corriente del arroyo de Canencia.






El Puente Canto es uno de los siete puentes medievales que se encuentran en las inmediaciones de Canencia, los cuales conforman la ruta del mismo nombre.

Esta ruta se debía encontrar haciendo el numeroso grupo de senderistas que apareció por el camino que lleva al Puente de la Cadena, incluso con alguno en manga corta, algo inusual para un 2 de enero y el cielo amenazando tormenta de nieve.


Recorriendo las calles de Canencia
Volvimos por el mismo camino hacia el pueblo, y antes de coger el coche dimos una vuelta por las blancas calles del pueblo. Nos sorprendió encontrarnos todos los comercios cerrados a cal y canto, con alguna excepción. Paseamos por la plaza, donde destacan el ayuntamiento, con su típica arquitectura serrana, y la humilde pero imponente Parroquia de Santa María del Castillo, de estilo gótico y alta nave central.





Despedimos la nieve hasta el año que viene...o no
Cuando nos montamos en el coche y por el espejo retrovisor íbamos viendo los campos y cunetas nevados, nos despedimos de la nieve hasta el próximo invierno, sin saber que en menos de una semana nuestras calles, aceras, portales y garajes se iban a llenar de ella y que iba a generar grandes problemas de movilidad y de logística que se siguieron sufriendo aún dos semanas después de la nevada.

Hasta a nuestras hijas, que en un principio les encantó (a la mayor más que a la pequeña, todo hay que decirlo), han acabado empachadas. El año que viene quizá volvamos, pero por éste ha sido suficiente.

martes, 19 de enero de 2021

Los límites y las ganas de volar

 "Ignoran que conocer el final es lo único que te permite disfrutar del cuento".

 'Tierra de campos'. David Trueba. 2017


En una de sus últimas intervenciones públicas antes de que el maldito cáncer nos privara de su persona y de su obra, el poeta Miki Naranja, desde la habitación 128 del 'Hotel Jorge Juan', contó que una vez, uno de sus hijos le preguntó que si podía ser astronauta y, al mismo tiempo, otro tipo de profesión que requería de preparación y esfuerzo para alcanzar el éxito en la misma (inclúyase aquí, bombero, futbolista, médico, o cualquier otra profesión equivalente). Contaba que él le había contestado, desde la visión lógica de un adulto, que no; que no podía ser astronauta y al mismo tiempo dedicarse a otra profesión, pues el tiempo empleado en formarse para la primera le iba a impedir conseguir, siquiera, aspirar a la segunda. Al poco tiempo, continuaba, se dijo a sí mismo, que quién era él para poner límites a la imaginación de su hijo y a su deseo de compaginar dos oficios que, de primera mano, no resultan fácilmente accesibles.

En ningún momento consideré que lo que contaba Miki Naranja fuera un "invent" como aquellos con los que se suele ridiculizar en Twitter a aquellos padres que, por lo general, suelen poner en boca de sus hijos frases engoladas que sólo han poblado previamente su cabeza, pero hasta ayer había abordado este tipo de conversaciones entre padre e hijo con cierta distancia por desconocer cuánto pudieran tener de construcción literaria que sirviera para dar un encaje perfecto a la anécdota relatada. Sin embargo, ayer fui el destinatario de una pregunta lanzada en términos muy similares, de la que no pude escapar.

De vuelta a casa, finalizando lo que para mi fue una tarde que recordaré siempre, cargado de libros infantiles bajo el brazo, tras haber vivido los primeros momentos de Adriana rebuscando en los estantes de una biblioteca, me preguntó si alguna vez podría llegar a ser cantante y policía a la vez. Es cierto que existen diferencias cuantitativas entre una astronauta y una cantante, pero María Callas no llegó a ser la mejor de su disciplina por ciencia infusa, sino que dedicó años y años de su vida para formarse y llegar a lo más alto. Incluso para ser policía se requiere dedicación académica y preparación física durante un período de tiempo más o menos extenso. Por tanto, desde los ojos de un adulto, así expuesto, podría resultar difícil compatibilizar ambas ocupaciones.

Afortunadamente, Adriana no plantea sus preguntas desde los ojos de un adulto. Mientras por un milisegundo me vi tentado a decirle que no es posible compatibilizar ambos oficios, frené en seco y recordé la conversación de Miki Naranja con su hijo, y le animé a que se esfuerce para poder conseguir lo que se proponga, sea ser cantante y policía o los dos o tres nuevos oficios que comiencen a estar de moda la semana que viene entre sus amigos de clase, porque nosotros, los padres, no somos nadie para, desde nuestra visión ya encorsetada de la vida, poner límites a su imaginación y a sus ganas de volar. 

Y es que llegará el día en que consiga las aspiraciones que tenía previstas, o quizá otras que no lo estuvieran en un inicio, quizá después de haber fracasado en mil ocasiones anteriores, pero es importante que no conozcan cómo termina el cuento en muchas ocasiones, porque solo eso es lo que les permitirá disfrutar del mismo.