domingo, 14 de marzo de 2021

Un ticket de parking y un bolígrafo


Este ticket de parking y este bolígrafo simbolizan el paso del tiempo desde los primeros días de incertidumbre y el inicio del duro confinamiento que comenzó hoy justo hace un año.

El ticket de parking tiene un año y un día. Tiene impresa una fecha (el 13 de marzo de 2020) y una hora (las 14:56). Fue el momento exacto en el que entré en el parking del supermercado en el que intenté comprar las últimas provisiones antes de encerrarnos a cal y canto en nuestras casas. Viniendo del trabajo pude escuchar en la radio que la Comunidad de Madrid acababa de decretar el cierre de todos los establecimientos no esenciales, como preludio al confinamiento generalizado que se iba a adoptar el día siguiente. Pero en ese momento la incertidumbre era enorme, y nadie sabía en qué momento se iba a hacer oficial, por lo que desde unos días atrás, coincidiendo con el cierre de los centros educativos, la población había empezado a hacer acopio (quizá de manera excesiva) de víveres y productos de primera (y no tan primera) necesidad. A las 15:00 de la tarde del 13 de marzo, el supermercado era un erial. 

Pero ese ticket de parking simboliza algo todavía más profundo. Y es que la fecha que tiene impresa quedará necesariamente grabada en nuestra memoria como nuestro último día en la "antigua normalidad", pues nada hacía presagiar que un año después todavía estaríamos inmersos en esta pesadilla que puso del revés toda nuestra vida. El último día de paseo por la calle sin mascarilla; el último momento para citarnos con nuestros seres queridos antes de una separación forzosa de varios meses; la última ocasión para abrazarnos con aquellos de los que el confinamiento nos separó, y con los que, aún hoy, no nos hemos visto tanto como nos gustaría. En definitiva, el último día de nuestra vida, tal y como la conocíamos hasta ese momento.

El bolígrafo, que empecé el 18 de marzo, ha finalizado su vida útil en el día de hoy, justo cuando se cumple un año de la vigencia del estado de alarma que nos mantuvo en casa durante tres meses, saliendo únicamente de casa para lo estrictamente necesario. Cuando el teletrabajo se presentó en nuestras vidas como una realidad ineludible, a muchos nos pilló con lo puesto. En casa nunca han faltado elementos de escritura (cuadernos, bolígrafos, lápices), pero las ofertas que muchas tiendas con olfato comenzaron a multiplicarse en aquellas fechas, hizo que comprásemos un buen número de ellos, para lo que se preveía un encierro no tan corto como nos habían indicado. Todavía recuerdo la libreta y el asunto exacto en el que lo utilicé: el estudio del Real Decreto-Ley publicado por el gobierno en el que se fiaba a la figura de los expedientes de regulación temporal de empleo el mantenimiento de los puestos de trabajo que estaban en riesgo con motivo del escenario derivado del confinamiento y del parón casi total de la actividad económica del país. Se abría así, con la tinta de un bolígrafo sobre una libreta común, una etapa trepidante, que aún hoy perdura.

Este año ha tenido muchas sombras desde un punto de vista general (muchas vidas humanas se han quedado por el camino, la desigualdad se ha cebado con las personas más vulnerables, la situación económica (general y particular) ha empeorado), pero también ha tenido algunas luces bastante importantes: he conocido, más si cabe, el valor de un compañerismo bien entendido, en el que, aquí sí, nadie se quedaba atrás, y haciendo gala de una sincronía en el remo de la embarcación que evitó que zozobrara en los peores momentos; he comprobado que se puede seguir queriendo a la persona que amas después de cruzarnos durante 24 horas en una vivienda de 70 metros cuadrados; he experimentado de primera mano que, si hay voluntad, se pueden forjar los lazos de la familia y de la amistad en la distancia; y, finalmente, que también en la distancia se puede sufrir con quien lo está pasando mal y temer a un enemigo invisible.

Un año después sabemos que en casa estábamos protegidos, estábamos cuidándonos, al mismo tiempo que en la calle (y sobre todo en los hospitales) había personas jugándose la vida ante algo desconocido. Y justo un año después de intentar hacer la compra en un supermercado desolado y de empezar a gastar la tinta de un bolígrafo, puedo afirmar con total certeza y seguridad que no hemos sido lo suficientemente agradecidos con esas personas. Así que un año después, gracias.