miércoles, 21 de diciembre de 2022

Fingir


Nos encontramos en una época, este período prenavideño, en el que a muchas personas les va a tocar asumir compromisos en los que no les apetecerá estar. Unos podrán ser esquivados, pero en otros nos veremos dentro de los mismos sin opción. En los casos más extremos, habrá quién querrá evitar comparecer hasta a las propias cenas familiares de Nochebuena y Nochevieja, de las que no está bien visto escabullirse. Pero lo que es seguro es que en todos estos casos, a quien le toque ser partícipe de los mismos sin desearlo, le va a tocar fingir: fingir desear estar allí, rodeado de gente con la que, en el mejor de los casos, lo único que te une es el hecho de estar en nómina de la misma empresa, o personas con las que, pese a tener un vínculo familiar, sólo compartes una vez al año los canapés resecos que sobraron de la noche anterior. 

Y es que fingir es un sentimiento consustancial a la condición humana, que Julio Llinás traslada a algunos de los principales personajes de las historias que pueblan De eso no se habla, el libro que comentamos en esta nueva entrada del blog. Porque, ¿acaso no fingía la pobre Carlota ser una persona feliz entre las calles de ese pueblo de montaña, al mismo tiempo que se encontraba encerrada en su eterno cuerpo de niña? O el propio Llinás, convertido en el personaje principal del relato llamado El día siguiente, ¿no fingía cuando parecía estar divirtiéndose en una convención de publicistas de empresas de tabaco celebrado en la soleada Niza, a la vez que la vida de su hijo estaba siendo arrasada por la droga y el alcohol en Buenos Aires, en la otra punta del mundo?


Pero no sólo estas dos historias merecen la pena en De eso no se habla, pues el libro está poblado de otros relatos cortos, que concentran en muy pocas páginas la maestría con la que Llinás recoge la psicología de sus personajes. Entre estos relatos de menor extensión (que no menor calidad) destaca El violín, la historia de un hombre aferrado a este instrumento musical, que tiene un gran valor económico y, por tanto, puede ser la solución a los problemas financieros que le acucian, pero, pese a ello, es una circunstancia que decide ocultar a todo el mundo y aprender a tocar el violín en su senectud, a pesar de llevar intentándolo desde su juventud con infructuoso resultado.
“Doña Amapola presentía que en el fondo de una mujer que a veces era ella, se iba incubando uno de aquellos tornados precursores de los grandes tormentos del corazón. Lo presentía, lo deseaba y lo temía simultáneamente. Augusto Pez era un marido expiatorio a cuya ansiedad metafísica podía ella atribuir su propia angustia, enmascarando así la falta de confianza en su persona y la pesadilla del fracaso, que suele ser más cruel que la derrota misma. Ella fingía ignorar que, tarde o temprano, nadie se libra del fracaso, como solía apuntarle su marido cada vez que le increpaba: «¿Por qué le gusta perder?...» «No es que me guste…», decía don Augusto. «…Pero es más decoroso…»”.
También hay que detenerse en el relato Una fuerza mayor, un cuento breve en el que se entremezclan el amor y la oscuridad. Celedonio Cuevas enviuda de la Ramona, mujer a la que rescató de la prostitución, pero que acaba falleciendo de una extraña enfermedad. Una adivina del pueblo le promete que si viaja a la gran ciudad, antes de cinco días saldrá a su encuentro un misterioso ser llamado Mandinga, que le hará reencontrarse con su amada. La sensación de desasosiego que consigue transmitir Llinás cuando, de manera sucesiva, Celedonio Cuevas hace su maleta con las escasas pertenencias de las que dispone, cuando se pierde entre la multitud en la estación de tren de la ciudad y cuando el lector es consciente de que él también está contagiado por la enfermedad que mató a su amada y de que le espera el mismo destino antes de cinco días, es uno de los momentos cumbre del libro, y que perduran en la cabeza del lector meses y meses después de su lectura.
"No le importaba no haber sido el primer hombre de aquella mujer sagrada. Había sido el último… y el primero en amarla. Tan pequeñita y tan frágil, y al mismo tiempo tan fuerte de palabra y decisiones, él había sido el primero en intentar protegerla de sí misma y sería el único, sin duda, en recordarla eternamente, más allá de la muerte de los dos”.
En cuanto a lo tenebroso de los relatos y esa estética cortazariana que recuerda a cuentos como La casa tomada, relatos como El espejo, Una fuerza mayor o La encomienda también cobran un especial protagonismo dentro del conjunto del libro. Junto a estos, otros relatos como A salvo del tiempo, La cita o Los ojos de Benigno Sierra y su doliente corazón pasan bastante desapercibidos, a pesar del buen hacer de Llinás en la construcción de los personajes que habitan sus páginas.

Pero es indiscutible que los ejes vertebradores del libro son De eso no se habla, El desfile y El día siguiente, relatos que por su extensión permiten un desarrollo y profundización en sus tramas y en el conjunto de sus personajes que, por razones lógicas, no es posible abordar en historias de menor envergadura.

El relato que da título al libro tiene a una protagonista poco convencional, pues sufre una malformación, que la madre de la pequeña Carlota, doña Leonor Bacigalupo, no duda en llamar por el tan poco científico nombre de enanismo. A pesar de las evidencias, doña Leonor impuso su ley del silencio a los habitantes del pueblo con el ya consabido "de eso no se habla".
“La niña Carlota iba creciendo (valga, por Dios, el eufemismo) entre una nube de profesores que doña Leonor mandaba venir de Córdoba […]”
A pesar de esta circunstancia, ello no impidió que uno de los notables del pueblo, que le superaba ampliamente en edad, se enamorase de ella. Así fue como la pequeña Carlota y Ludovico Andrea comenzaron una historia de amor que, pese a las dificultades, acabó en matrimonio. Pero tomar conciencia de su situación le hizo verse a sí misma como un pájaro enjaulado, que vio abrirse la puerta de su celda el día que por las montañas que rodeaban el pueblo vio aparecer algo que le acabaría cambiando la vida a ella y a su esposo Ludovico.

El segundo relato largo del libro es El desfile. Cuenta los delirantes hechos que acompañaron a la organización de un fastuoso desfile en el pueblo de Santísima Virgen de todas las Mercedes, diseñado a mayor gloria de su alcalde Poncio Perrota. La acción se desarrolla en varios eventos aparentemente desconectados entre sí, pero que confluyen y guardan relación con el desfile, como el banquete celebrado en la villa de la viuda de Roque Gottifredo, que reunió a la plana mayor del poder civil, eclesiástico y militar del municipio, la competición de miembros viriles que tiene lugar en el asfixiante habitáculo de la lechería del pueblo entre un vasco del pueblo adyacente y el joven Ottolina, empleado de Correos, pero que tiene como inesperado ganador al "opa" Nicola Straffesa, gracias al tamaño de lo mostrado, que equivalía, a decir de los presentes, a un bebé de tres meses; o la que protagoniza el joven Ottolina cuando eyacula sobre los pantalones de un uniforme histórico que perteneció a uno de los próceres del municipio. La cosa, finalmente, acaba a tiros, cuando el general Bermúdez quiere tomar el poder por las armas, sin contar con la destreza que el alcalde Perrota también tiene con ellas.
“Estas cuestiones sopesaba el mandatario, a pesar de tener formado ya su criterio sobre el tema, no sólo a causa de sus visitas semanales al legendario lenocinio, sino de su convicción ontológica de que todas las mujeres eran putas (tenía la astucia de incluir a su madre), de que todos los hombres eran ladrones (tenía la astucia de incluirse a sí mismo), de que todos los religiosos eran bribones disfrazados de viudas y de que todos los militares eran cornudos (tenía la astucia de no incluir a nadie en particular en esos dos últimos empleos).
El tercer y último relato principal es El día siguiente. Visto con perspectiva, este relato deja entrever más de lo que aparenta a primera vista. En la superficie, se encuentra protagonizado por el propio Julio Llinás, y cuenta su estancia en Niza, en el sur de Francia, en un hotel en el que se celebra una convención de creativos y dirigentes de empresas de tabaco; gente poderosa hecha a sí misma y, por tanto, gente que ya no se encuentra en la juventud. En el relato, ello equivale a bromas casposas entre cincuentones, sus esposas y el propio alter ego del autor. Desde este punto de vista, uno siente vergüenza ajena durante su lectura. Pero junto a este Llinás que repele, se encuentra, ya más lejos de la superficie, otro más íntimo, que deja entrever los conflictos que mantiene con su hijo, que vive en Buenos Aires, a cuenta de lo que parece una adicción con las drogas, y en cierto modo parece arrepentirse de no poder estar con él para ayudarlo, a la vez que se siente culpable por el viaje que está disfrutando. Pero también parece ser consciente de la falsedad y artificialidad que le rodea, con risas a mandíbula batiente y falsas lágrimas de risa. En este tramo del relato, todo vuelve a dar vergüenza ajena, y lo mejor es que pronto llega a su fin.
“He sido un hombre que ha vivido incómodo entre los niños cuando niño, entre los estudiantes cuando estudiante, entre los deportistas cuando deportista, entre los escritores cuando escritor, entre los maridos cuando marido, entre los padres cuando padre, un hombre cuya última esperanza consiste en hallarse a gusto entre los muertos, cuando muerto. He sido tantas veces arrancado de lugares y paisajes, de tibios brazos palpitantes, de actividades aparentes, de ensoñaciones y certezas, de estremecedores sentimientos de felicidad y de grandeza, que ya no tengo lugar en este amargo universo de lugares, repintados y terrosos como viejos bancos de estación ferroviaria, lugares seguros y concretos, desde los cuales se oye el traqueteo del tren y se vislumbra la banderola verde del guardabarreras. No me ha faltado la engañosa tentación de convencerme de que no tener lugar es como tenerlos todos, una curiosa condición de nomadismo espiritual, de errante extranjerismo”.
Julio Llinás es un autor que no solo nos ha legado su obra, sino que sus genes han traspasado la literatura, y gracias a eso podemos disfrutar de la interpretación de su hija Verónica (La odisea de los giles, la adaptación cinematográfica del libro de Eduardo Sacheri La noche de la Usina, ha sido uno de sus últimos trabajos) o los guiones de su hijo Mariano (Argentina, 1985, la película que narra el juicio a la cúpula de la dictadura militar de Videla ha sido su último guion). En una u otra vertiente, seguiremos gozando del trabajo de esta familia tan polifacética.  

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Diseccionando el dolor


Existe un imagen muy simbólica (y también muy recurrente, para qué negarlo) que sirve para representar la paciencia: un científico en un laboratorio, rodeado de piletas, probetas y tubos de ensayo observando pacientemente la reacción de una composición que acaba de depositar en una de esas placas de cristal sobre las que luego se sitúa otra del mismo tamaño, que ejerce presión sobre la primera y sobre la mezcla. En otras ocasiones, lo que se somete a observación es el comportamiento de un determinado ser vivo o especie sometida a alguna situación o estímulo previamente fijado por el científico.

Sin embargo, esa representación de la paciencia no se había trasladado nunca a la literatura por medio de la disección de un sentimiento como es la pena por la pérdida de un ser querido. Ese tratamiento casi científico del duelo por la pérdida de su pareja es el objetivo del libro Una pena en observación, de C. S. Lewis, que se encuentra magistralmente traducido al español por Carmen Martín Gaite.

"Y, en el entretanto, ¿Dios dónde se ha metido? Éste es uno de los síntomas más inquietantes. Cuando eres feliz, tan feliz que no tienes la sensación de necesitar a Dios para nada, tan feliz que te ves tentado a recibir sus llamadas sobre ti como una interrupción, si acaso recapacitas y te vueles a Él con gratitud y reconocimiento, entonces te recibirá con los brazos abiertos – o al menos así lo vive uno. Pero vete hacia Él cuando tu necesidad es desesperada, cuando cualquier otra ayuda te ha resultado vana, ¿y con qué te encuentras? Con una puerta que te cierran en las narices, con un ruido de cerrojos, un cerrojazo de doble vuelta en el interior. Y después de esto, el silencio".

En la obra, el escritor describe el proceso de duelo que comenzó tras el fallecimiento de su pareja, la poetisa norteamericana Helen Joy Davidson Gresham ('H' en el libro), y lo hace diseccionando todos y cada uno de los sentimientos y sensaciones que puede experimentar una persona en esa misma situación: miedo, soledad, ausencia, inseguridad y, por supuesto, dolor.

"Es increíble cuanta felicidad y hasta cuánta diversión vivimos a veces juntos, incluso después de que toda esperanza se había desvanecido. Qué largo y tendido, qué serenamente, con cuánto provecho llegamos a hablar aquella última noche, estrechamente unidos".



Desgraciadamente, todos en algún momento de nuestra vida estamos destinados a experimentar esa catarata de nefastos sentimientos ante la pérdida de un ser querido, pero pocos, muy pocos, son los elegidos para ir extrayendo cada uno de estos elementos que componen la pena e ir depositándolos en una bandeja sobre el teatro de operaciones y hacer con ello una obra memorable y casi un tratado científico sobre el dolor.

"Éramos uña y carne. O, si lo preferís, un solo barco. El motor de proa se fue al garete. Y el motorcito de reserva, que soy yo, tiene que ir traqueteando a duras penas hasta tocar puerto. O, mejor dicho, hasta que acabe el viaje. ¿Cómo voy a poder alcanzar el puerto? Más que una orilla resguardada, lo que hay es una noche oscura, un huracán ensordecedor, olas gigantes que se te echan encima y el oscilar en el naufragio de cualquier luz que brille en tierra".

Si bien no es una adaptación del libro, la película Tierras de penumbra, de Richard Attenborough, y protagonizada por Anthony Hopkins y Debra Winger, se desarrolla en el momento vital descrito en la obra de C. S. Lewis, y su visionado resultará un complemento perfecto a la lectura del libro.

"Creí que podría describir una «comarca», elaborar un mapa de la tristeza. Pero la tristeza no se ha revelado como una comarca sino como un proceso. No es un mapa lo que requiere, es una historia; y si no dejo de escribir esta historia en un momento determinado, por caprichoso que sea, no habría razón para que dejara de escribir nunca".

"Si supiera que el estar separado siempre de H. y olvidado por ella eternamente pudiera añadir mayor alegría y esplendor a su ser, por supuesto que diría: «¡Adelante!» Igual que, aquí en la tierra, si hubiera podido curar su cáncer a costa de no volverla a ver, me las habría arreglado para no volver a verla. Lo tendría que haber hecho. Cualquier persona decente lo habría hecho". 

Definitivamente, Una pena en observación es un viaje hasta los confines de un hombre devastado por la pena, pero que acaba demostrando que no son tan diferentes de los que podemos albergar los demás. La única diferencia entre él y nosotros es la capacidad de trasladarlos al papel. 

lunes, 11 de julio de 2022

Fino escarnio


A los que vamos teniendo una cierta edad no se nos puede olvidar el impacto causado por un, por entonces, nuevo personaje televisivo aparecido en Operación Triunfo, uno de esos programas creados al modo de las factorías tradicionales, capaz de crear y, casi de manera simultánea, triturar esos productos recién creados (en este caso, supuestamente culturales) a una velocidad endiablada.

La performance de la que este personaje participaba consistía en lo siguiente: los aspirantes a artista iban desfilando uno detrás de otro intentando mostrar sus mejores aptitudes vocales, físicas y de cualquier otro tipo imaginable, y al final de la exhibición intervenía un jurado, aparentemente profesional, que valoraba las actuaciones. Hasta aquí, todo entra dentro del tedio propio de este tipo de concursos. A lo que no estaba tan acostumbrado el espectador era a la crueldad de los comentarios que nuestro personaje dedicada a los jóvenes que estaban tratando de conseguir su sueño de triunfar en el mundo de la música. Y ese desprecio, no nos engañemos, era el que cada semana hacía reventar los audímetros de las televisiones, y no la voz, el afán de superación o el espectáculo que podían ofrecer esos aspirantes de usar y tirar.

Es inevitable no acordarse de programas como éste y del miembro más famoso de su jurado al leer 'Correo literario' (Nórdica Libros), de Wizslawa Szymborska. Esta poetisa polaca, que fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura en el año 1996, mantuvo durante casi tres lustros (de 1968 a 1981) una columna periódica en la revista 'Vida literaria' en la que valoró críticamente cientos de poemas que jóvenes autores hacían llegar a la publicación con el ánimo y la esperanza de poder verlos publicados entre sus páginas.


Y donde quizá otro autor se hubiese limitado a rechazar esos poemas de, seguramente en no pocas ocasiones, dudosa calidad, Szymborska convierte ese fino escarnio en un género literario en sí mismo. Y lo lleva a cabo haciendo gala de un humor sibilino, en ocasiones hiriente, pero sobre todo sarcástico, que los pobres aspirantes a poeta tuvieron que sufrir en sus propias carnes. Es cierto que en el libro se cita a los destinatarios de la crítica de tal forma que no es posible identificarlos (y desconocemos si la revista literaria seguía la misma fórmula), pero tenía que causar impresión recibir una respuesta así de una persona a la que aspiras parecerte, y que el público en general tuviera acceso a la misma.

“[…] si leyera usted nuestra columna con mejor disposición, podría darse cuenta de que siempre que encontramos algo digno de elogio, intentamos subrayarlo. Que los elogios sean relativamente pocos ya no es culpa nuestra. El talento literario no es un fenómeno de masas”.

“«Pido perdón de antemano por las faltas de ortografía, pero tenía mucha prisa cuando estaba pasando el texto a limpio…». Es curioso. Hasta ahora pensábamos que las prisas afectaban solo a la legibilidad de la letra. Además, si ya nos ponemos así, haya se escribe más rápido que halla”. 

“«O me dan cierta esperanza -por mínima que sea- de ser publicado, o si no, al menos, consuéleme…». Tras la lectura de su texto nos vemos obligados a elegir lo segundo”. 

Aunque en esta ocasión leí el libro en versión digital, la edición está tan cuidada como todo lo que toca Nórdica (de hecho, me he encontrado en alguna librería con el ejemplar físico, y puedo corroborar que es así), y pese a ser un libro breve, que se lee y se disfruta en poco tiempo, resulta totalmente recomendable para aquellos lectores bibliófilos que disfruten leyendo sobre literatura y todo lo que rodea el mundo de libro, y que, a juzgar por el ingente volumen de publicaciones sobre esta temática en los últimos tiempos, cada vez somos más numerosos.

jueves, 19 de mayo de 2022

Una maleta llena


En muchas ocasiones, cuando nos desplazamos desde nuestro lugar de residencia habitual hasta la zona que hemos elegido para pasar nuestras vacaciones llevamos en la maleta cierta cantidad de ropa, más o menos ligera atendiendo al destino, una cierta cantidad de libros, más o menos numera atendiendo al tiempo de la estancia, y sobre todo algo que no suele ocupar espacio físico, pero que se viene con nosotros con el deseo de que el salitre y la fuerza de las olas nos lo vayan desprendiendo poco a poco, o alguna ráfaga de aire serrano se los lleve bien lejos: son los problemas laborales, personales, familiares, que siempre nos acompañan al inicio, y muy rara vez, afortunadamente, vuelven con nosotros.

De lo que nos olvidamos con bastante frecuencia es de que las personas que limpian nuestras habitaciones en los hoteles o aquéllas que nos sirven la comida en los restaurantes tienen sus propios problemas (precariedad laboral y falta de oportunidades en su municipio habitual que les obliga a vivir en una lejana ciudad la mayor parte del año cuando los turistas nos vamos, por mencionar sólo dos de los que varios trabajadores nos comentaron en las últimas vacaciones) que ya se encontraban antes de que llegáramos y ahí van a quedar cuando arranquemos el motor de nuestro vehículo.

“[…] Tienen el rostro noble aquellos hombres. Una dignidad que transparenta bajo la barba de dos días y los vestidos miserables y desgarrados”.

Desconocemos qué había en la maleta física de Juan Goytisolo antes de comenzar su viaje por los campos de Níjar (aunque a juzgar por la crónica de sus andanzas de un pueblo a otro, iba ligero de equipaje). Otra cosa es la carga de otra maleta, la mental, que conociendo los orígenes del escritor y su bagaje, seguro que no comenzó vacía. Lo que sí se puede afirmar sin mucho margen de error es que la maleta que el autor fue llenando durante su estancia en esta comarca almeriense acabó llena de vivencias que llevarse de vuelta a Barcelona.

“En el pueblo, los niños me siguen con curiosidad -los niños flacos y oscuros del sur, de pelo anillado y ojos expresivos, medio enanos y medio diablejos, con sus manitas móviles, sus voces cantarinas y una tristeza adulta que transparenta siempre bajo los rasgos maliciosos y ávidos”

Y es que en los campos y pueblos de Níjar, Goytisolo fue reconociendo la cara más amarga de un país que se quedó anclado en el año 1936: caciquismo, clasismo, pobreza (encarnada en mayores y chiquillos harapientos), hambre, enfermedad y, finalmente, muerte. No hay pueblo por el que pase en el que no estén presentes uno o varios de estos elementos a la vez. En el libro, no hay lugar para la esperanza, y a pesar de la luminosidad del paisaje y la limpieza del mar, todo está recubierto de un halo de desazón, tristeza y desgracia, como la escena que cierra el libro, ubicada en mitad de un velatorio por la muerte de un muchacho.

“El bajito lleva el talego sobre el hombro y me cuenta que hace diez años que recorre el mismo camino, mañana y tarde, sin desviarse un solo paso.

-Dicen que el mundo cambia y pronto llegaremos a la luna, pero pa nosotros, tós los días son iguales”.

[...]

“-Aquí los chavales empiezan a trabajar a los siete años -comenta mi vecino.

-¿No van a la escuela?

-Los padres no les dejan y, a su modo, tienen razón. El hambre les espabila más aprisa”.

Pero lo que más llama la atención, a nuestro juicio, es la frialdad y la distancia que, de manera voluntaria, marca el autor con quienes se acercan a él en busca de ayuda, o simplemente comprensión. Y esa actitud se ve en el joven que al final del libro le pide ayuda para buscarse la vida en Cataluña, pero también con el viejo que vende en la carretera y que se sincera con él contándole que ha perdido un hijo, y  con las familias que visita, con las que se nota que ha decidido guardar una distancia prudencial porque nada tienen que ver con su mundo.

“-El mayor no era como ellos.

-¿No?

-Desde pequeño pensaba en los demás. No en su madre, su padre o sus hermanos, sino en todos los pobres como nosotros. Aquí la gente nace, vive y muere sin reflexionar. Él, no. Él tenía una idea de la vida”.

Pese a estas cautelas, sería ingrato no reconocer que nos encontramos ante una gran crónica de viajes, que refleja a la perfección la sociedad de la época de una de las zonas más deprimidas del país, que nos presenta de manera descarnada y cruel un período de tiempo y una región en la que no todo eran resorts de lujo junto a playas vírgenes y turistas colonizando todo durante unos días antes de volver a sus ciudades.

“-Por eso me gusta Almería. Porque no tiene Giralda ni Alhambra. Porque no intenta cubrirse con ropajes ni adornos. Porque es una tierra desnuda, verdadera…”

Después de 'La saga de los Marx', 'Campos de Níjar', aun siendo conscientes de que se trata de otro género, supone un salto cualitativo, que resulta más entretenido y mucho más interesante.

sábado, 19 de marzo de 2022

Un bosque, un palacio y un chalet con jardín

 


El bosque

Muchos habían sido los meses que, otra vez, la pandemia nos había obligado a limitar las salidas y las interacciones sociales, por lo que nos lanzamos a esta excursión con muchas ganas. Por lo demás, la mañana fresca pero soleada invitaba a ello.

Tardamos una hora escasa en recorrer los 65 kilómetros que separan nuestra casa de San Lorenzo de El Escorial, municipio en el que se el primer punto de la visita. La recomendación, si se llega a una hora prudente es aparcar en el parking del campo del fútbol cercano. Desde el mismo, y cruzando una carretera no demasiado concurrida y un pequeño murete, llegaremos a una pradera de hierba con mesas de merendero donde poder instalar las bolsas de comida y los enseres que hayamos traído para pasar el día: nos encontramos en el Bosque de la Herrería, un inmenso espacio en el que disfrutar del aire serrano, guardando la distancia social recomendada y en el que los más pequeños pueden jugar de manera segura.


En el límite de la pradera hay una cerca de alambre, y detrás de la misma bueyes y vacas, que a los niños les encantará ver de cerca.

El palacio

Después de comer y de haber dejado reposar el almuerzo, una buena opción es visitar el Real Monasterio de San Lorenzo, que se encuentra a un paseo de menos de diez minutos desde nuestra ubicación.

Llegando desde el Bosque de la Herrería, lo primero que se divisa (al margen de las cúpulas de la basílica, obviamente) es la fachada este y norte. Con la sobriedad que caracteriza el estilo herreriano, la infinita hilera de ventanales nos conduce directamente a la fachada oeste del edificio y a la Lonja, punto de encuentro de todos los visitantes del monasterio y del pueblo.



Desde la Lonja del monasterio podemos contemplar el majestuoso perfil del monte Abantos, que vigila desde su privilegiada atalaya el ajetreo de las calles y plazas del pueblo.


No podemos abandonar el monasterio sin habernos parado a observar alguno de los elementos ornamentales que se insertan en su fachada este. En el frontón de la puerta principal podemos observar el escudo de Felipe II, y justo encima del mismo se sitúa una escultura de San Lorenzo, quien en su mano derecha agarra una parrilla, que nos recuerda el modo en que fue martirizado. Este mismo motivo ornamental lo podemos observar, aunque de una manera más esquemática, en los dos lados de la ventana central situada entre el frontón y la puerta principal de la fachada este, en cuyo interior alberga la espectacular biblioteca, conocida por su belleza, además de por el gran número de volúmenes que posee.





Y finalmente, como un elemento más destinado a preservar esa perfecta simetría en todo el conjunto encontramos las portadas del Real Colegio de los Agustinos, en el lado norte, y de la Escolanía, en el lado sur.


Volviendo sobre nuestros pasos, y antes de llegar a la última parada, tenemos la oportunidad de asomarnos a contemplar los parterres (o al menos una parte de ellos) del Jardín de los Frailes, que nos aguardan con su verdor y su geometría natural.


El chalet con jardín

Desde ahí solo tenemos que continuar en dirección al Bosque de la Herrería, pero en vez de girar a la derecha, hemos de seguir de frente hasta la verja de color negro que da acceso a los jardines que circundan la Casita del Príncipe. Aquí, una larga vereda de pinos piñoneros nos conducirá hasta una plazoleta situada junto a la edificación que da nombre a estos jardines.


La Casita del Príncipe, diseñada por Juan de Villanueva, arquitecto de, entre otros edificios, el Museo del Prado, se construyó para las estancias del por entonces Príncipe de Asturias Carlos IV, de ahí el nombre que se le dio. En el exterior de la misma un jardín compuesto por diversos parterres, y de fondo de las majestuosas cúpulas de la basílica del monasterio, que se perciben fantasmagóricas mientras se diluyen entre la bruma que acompaña a los últimos rayos de sol.





Desde aquí volveremos por nuestro camino para recoger el coche de donde lo teníamos aparcado, el parking con las mejores vistas de España, y puede que del mundo entero.

miércoles, 12 de enero de 2022

Libros bizarros para épocas de zozobra

He de confesar que durante el confinamiento duro del año 2020 sentía envidia cuando, en esas miles de videollamadas que los telediarios y cualquier tipo de programas reproducían a todas horas, el experto o personaje público de turno aparecía arropado por su biblioteca personal. En medio del caos y la tristeza que estábamos (y estamos, en cierto modo) viviendo, era reconfortante comprobar que había personas que se encontraban viviendo este momento en la seguridad de su hogar rodeados de cultura, y con la tranquilidad que da, en épocas de zozobra, tener cerca un libro querido.

Nuestra casa es pequeña y no da para tener una biblioteca de tales dimensiones. Aun así, los libros están presentes en nuestro comedor y, haciendo un poco de malabarismo, conseguimos encajar una pequeña librería de Ikea en nuestro dormitorio. Se trata de una librería humilde, que está empezando a albergar una biblioteca personal que, esperemos, algún día sea grande, pero que hoy contiene primeras ediciones de literatura latinoamericana de Mondadori, clásicos de la narrativa norteamericana como 'A sangre fría', libros de historia y arte románico, junto con novedades editoriales más o menos recientes como 'El infinito en un junco' o 'Los vencejos'. Y aunque es un tanto ecléctica, todavía no llega al nivel de bizarrismo de las que recoge Eduardo Halfón en el relato 'Biblioteca bizarra', que sirve para dar título al libro de este autor guatemalteco en el que se incluye.

El resto de relatos que componen 'Biblioteca bizarra' (Editorial Jekyll & Jill) son 'Los desechables', 'Halfon, boy', 'Saint-Nazaire', 'La memoria infantil' y 'Mejor no andar hablando demasiado'.

El relato titulado 'Biblioteca bizarra' es un delicioso texto escrito por un amante de los libros para otros bibliófilos. En él nos habla de bibliotecas raras, poco heterodoxas, propietarios de libros con filias y fobias fuera de lo común; librerías de viejo, librerías privadas, organizadas por colores, bibliotecas inexistentes (porque su dueño se desprendía de todos los libros que compraba), monotemáticas, etc.

Un texto que, sin duda, será apreciado por cualquier lector que se considere amante de los libros y de todo lo que representan y que, desde luego, se gana por derecho propio dar título al libro.

"Prefiero los libros de viejo. Me gustan precisamente por el aire de imperfección y misterio que los envuelve: las páginas manchadas o dobladas por la mano de otro; las frases subrayadas o párrafos marcados en amarillo que ya le dijeron algo a alguien más; las curiosas anotaciones y reflexiones en los márgenes; la eventual dedicatoria en la primera página, a veces enigmática, a veces absurda, del mismo autor. Decía Virginia Woolf que los libros de viejo son salvajes, libros sin casa, y tienen un encanto del que carecen los volúmenes domesticados de una biblioteca".

Otro relato a destacar es 'Los desechables', en el que Halfón cuenta el encuentro que mantuvo con un grupo de personas drogodependientes en una biblioteca de un suburbio de Medellín en el marco de un festival literario celebrado en esta ciudad colombiana, y de las cuestiones, temores e inquietudes que le trasladaron durante el mismo.

"(Tomándose una fotografía con un grupo de drogodependientes después de una charla literaria en una biblioteca de Bogotá) Y mientras yo intentaba sonreír en medio de ese silencio, bajo la lluvia casi invisible, sólo podía pensar que cada uno de ellos un día fue hija o hijo de alguien, que cada uno de ellos un día fue el bebé recién nacido de alguien, que cada uno de ellos un día fue arrullado por alguien con todo el amor de un padreo o de una madre que sostiene en sus brazos una vida nueva, una vida llena de luz, una vida que apenas empieza".

El relato más emocionante es 'Halfon, boy', que narra el modo en que vivió el escritor el embarazo y nacimiento de su primogénito, y los sentimientos que ese acontecimiento le propició.

"Me convertí en tu padre, Leo, como todo lo demás importante en mi vida: por accidente. Tú aún creces en el vientre mientras yo traduzco a William Carlos Williams, pero siento la necesidad de decirte algunas cosas que temo luego se queden olvidadas en el tiempo o en el silencio. Decirte, por ejemplo, que todas las noches duermo con mi mano derecha sobre ti, quizás intentando sentir tus ligeros movimientos, o quizás queriendo protegerte en las noches, o quizás pensando que tú también, mientras duermes y creces ahí dentro, logras sentir mi mano cerca, apenas del otro lado de tu mundo interno y oscuro".

'Saint-Nazaire' es, posiblemente, el relato más flojo de los que componen el libro. Se trata de las impresiones que le causaba siendo niño esta base francesa de submarinos durante la II Guerra Mundial.

Algo mejor es 'La memoria infantil (notas a pie de página)', donde evoca los recuerdos que conserva del momento en que tuvo que abandonar Guatemala, su país natal, con diez años.

"Hacer literatura es el ejercicio de querer rellenar los espacios vacíos de la memoria, sabiendo todo el tiempo que no se puede".

Y también es muy buen relato 'Mejor no andar hablando demasiado', en el que narra en primera persona las amenazas anónimas que comenzó a recibir tras la publicación de su primer libro; y se hace valer como un gran reflejo de la sociedad guatemalteca y de la persecución por motivos ideológicos que todavía a día de hoy sigue existiendo en el país centroamericano. 

Es lo primero que leo de Halfón, y no será lo último, pues su prosa directa y sencilla engancha, y hace que los relatos resulten muy digeribles, los libros resulten breves y dejen un regusto que perdura pasado el tiempo desde su lectura.

domingo, 2 de enero de 2022

2022, una nueva hoja en blanco


A los que todavía seguimos escribiendo a mano de manera habitual nos suele gustar la metáfora de un nuevo año como una hoja en blanco por rellenar. Esta página por escribir nunca está cuadriculada (ojalá), y rara vez suele estar pautada con esas suaves líneas de color neutro que caracterizan los cuadernos escolares. Lo normal es que sea lisa, y que sean nuestros actos los que vayan conformando el sentido de cada una de las líneas que se vayan insertando en ella.

Sin embargo hay páginas/años en los que desde el principio notamos la existencia de realces, hendiduras y/o rasgaduras que van a condicionar, cuando no imposibilitar, la escritura. Hay páginas en las que desde nuestra posición omnisciente alcanzamos a contemplar algo que, práctica seguridad, a lo largo de la escritura nos dará problemas. 

Puede pensarse que desde 2020 los renglones que vamos confeccionando son susceptibles de alguna salpicadura o tachadura, pero hay veces que esa fuerza exógena no es tan evidente como una pandemia mundial, la cual se vale por sí sola para desestabilizar el trazo de millones de personas. No, en multitud de ocasiones el condicionante es más mucho más cercano. En ocasiones, se nos presenta en forma de pequeñas migas o granitos de arena que se cuelan entre página y página, que nos impiden seguir escribiendo con naturalidad, y que en ocasiones obligan a desistir de la tarea y seguir, en el mejor de los casos, intentándolo en otra parte de la hoja. 

No somos nosotros los que introducimos estos pequeños granitos, sino que puede ser el viento, o simplemente el hecho de no haber limpiado convenientemente la superficie sobre la que se apoya el papel, y que hace que, frecuentemente, se enturbie cualquier tipo de material que se pose sobre la misma. Y claro, cuando lo que mancha toca el papel es imposible seguir escribiendo de ninguna manera. Es, en cualquier caso, siempre un agente externo, más o menos poderoso, el que dificulta o imposibilita la escritura.

En 2022 habrá borrones, migas y arena que harán muy difícil la escritura del guion de este año, pero la página es grande y lo más probable es que hayamos de continuar escribiendo en otra zona. ¿Por qué no? Lo importante es ir completando capítulos.

Feliz página nº 2022.