“Mala cosa el orden, señorita. Una se levanta por la mañana y ve que no ha cambiado nada de lugar. Que solo hay un plato en el fregadero. Que no va a entrar nadie corriendo por el pasillo. Y que todo va a seguir igualito en el mismo sitio a las once y a las tres y a las nueve.
Habrá un día en que eche en falta este revoltijo, se lo digo yo.
Y que se emocione, dentro de mucho, cuando vea una peonza en el cajón de los cubiertos”.
'Los ingratos'. Pedro Simón.
Tanto tiempo queriendo en casa un tiempo prolongado de silencio, y cuando por fin llega la tan deseada tregua, no sabemos cómo llenar el espacio que deja.
La tensión del día a día no ayuda precisamente que al llegar a casa lo que más apetezca sea continuar escuchando esa tensión adornada, esta vez, de gritos infantiles y peleas a base de golpes y pellizcos seguidos de carreras a lo largo y ancho de la casa.
Sin embargo, cuando al llegar a casa reina la paz, los gritos se han apagado y se puede escuchar hasta el revolotear de los últimos pájaros de la tarde, empiezas a cuestionarte sí podrías soportar ese silencio impostado para siempre.
Porque sí, el silencio de esta semana es temporal, pero sobre todo, voluntario. Y, aún así, puedes llegar a presentir un ahogo en el pecho, siquiera de manera infinitesimal, solo de pensar en que hay padres que se encuentran con una ausencia definitiva y no buscada, sino impuesta.
No es posible llegar a imaginar el desgarro interior que ha de notarse cuando el silencio se adueña de la casa y deja de haber juguetes desparramados por todas las habitaciones. Por eso, nos alegraremos cuando el viernes volvamos a tener que alzar la voz para acallar los gritos y peleas que, de buen seguro, empezarán a producirse cuando cruce el umbral de la puerta.
Y es que si cuando bailas llueven miles de cometas, el vacío que dejas es imposible de llenar solo con silencio.