domingo, 12 de abril de 2015

Hanshichi. El Sherlock Holmes japonés


Hanshichi es a Japón lo que Sherlock Holmes es a Gran Bretaña. O si se quiere, Sherlock Holmes es a Arthur Conan Doyle lo que Hanshichi es a Okamoto Kîdo. Muchos son los paralelismos entre el detective japonés y el inglés, y sus dos autores pasarán a la historia de la Literatura por haber creado las historias de estos dos personajes.

Al igual que el detective inglés, Hanshichi lleva a cabo sus investigaciones en el siglo XIX, pero en una sociedad radicalmente opuesta a la británica, como es la de los samuráis. Precisamente, si para algo sirve este libro es para conocer mejor la hermética sociedad japonesa del siglo XIX. A través de sus historias conoceremos costumbres, la división de estamentos de la sociedad, su cultura, sus vestimentas, etc. Por eso es de agradecer que el traductor (del japonés, no lo olvidemos, lo cual da una idea de lo necesarias que son) haya incluido tantas notas a pie de página, que facilitan muchísimo la comprensión del texto.

A pesar de que el libro se estructure en relatos cortos que, por lo general, no superan las 20 ó 25 páginas, es fácil despistarse con bastante facilidad debido al gran número de personajes que aparecen en los mismos. Por tal motivo es necesario no levantar ni un minuto la vista del papel o nos parecerá que unos personajes ya han aparecido en otros relatos anteriores (además del propio Hanshichi, claro).

Aunque no nos encontramos ante un mal libro, en algunos casos la aparición del elemento sorpresivo que ayuda al detective japonés a resolver el caso es tan forzado que puede llevar a la tentación de decir que se trata de un libro artificialmente construido. Quizá alguien podría decir que la misma crítica merece Sherlock Holmes, pero en mi opinión Arthur Conan Doyle solventa ese problema con recursos más sólidos y, por tanto, se le nota menos.

Pese a lo anterior, 'Hanshichi. Un detective en el japón de los samuráis' es una lectura muy recomendable para iniciarnos o acercarnos, siquiera mínimamente, a la cultura oriental y, en concreto, a la japonesa. También porque nos deja momentos impagables y de una precisión inquietante: el crujir de las pisadas en la nieve en una noche de enero o la descripción del ambiente vaporoso de una taberna mientras espera a que le sirvan la sopa de miso y sake son dos de ellos, pero hay más que descubrir y que nos permitirán disfrutar de un libro, a veces irregular, a veces magnífico.

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