jueves, 19 de mayo de 2022

Una maleta llena


En muchas ocasiones, cuando nos desplazamos desde nuestro lugar de residencia habitual hasta la zona que hemos elegido para pasar nuestras vacaciones llevamos en la maleta cierta cantidad de ropa, más o menos ligera atendiendo al destino, una cierta cantidad de libros, más o menos numera atendiendo al tiempo de la estancia, y sobre todo algo que no suele ocupar espacio físico, pero que se viene con nosotros con el deseo de que el salitre y la fuerza de las olas nos lo vayan desprendiendo poco a poco, o alguna ráfaga de aire serrano se los lleve bien lejos: son los problemas laborales, personales, familiares, que siempre nos acompañan al inicio, y muy rara vez, afortunadamente, vuelven con nosotros.

De lo que nos olvidamos con bastante frecuencia es de que las personas que limpian nuestras habitaciones en los hoteles o aquéllas que nos sirven la comida en los restaurantes tienen sus propios problemas (precariedad laboral y falta de oportunidades en su municipio habitual que les obliga a vivir en una lejana ciudad la mayor parte del año cuando los turistas nos vamos, por mencionar sólo dos de los que varios trabajadores nos comentaron en las últimas vacaciones) que ya se encontraban antes de que llegáramos y ahí van a quedar cuando arranquemos el motor de nuestro vehículo.

“[…] Tienen el rostro noble aquellos hombres. Una dignidad que transparenta bajo la barba de dos días y los vestidos miserables y desgarrados”.

Desconocemos qué había en la maleta física de Juan Goytisolo antes de comenzar su viaje por los campos de Níjar (aunque a juzgar por la crónica de sus andanzas de un pueblo a otro, iba ligero de equipaje). Otra cosa es la carga de otra maleta, la mental, que conociendo los orígenes del escritor y su bagaje, seguro que no comenzó vacía. Lo que sí se puede afirmar sin mucho margen de error es que la maleta que el autor fue llenando durante su estancia en esta comarca almeriense acabó llena de vivencias que llevarse de vuelta a Barcelona.

“En el pueblo, los niños me siguen con curiosidad -los niños flacos y oscuros del sur, de pelo anillado y ojos expresivos, medio enanos y medio diablejos, con sus manitas móviles, sus voces cantarinas y una tristeza adulta que transparenta siempre bajo los rasgos maliciosos y ávidos”

Y es que en los campos y pueblos de Níjar, Goytisolo fue reconociendo la cara más amarga de un país que se quedó anclado en el año 1936: caciquismo, clasismo, pobreza (encarnada en mayores y chiquillos harapientos), hambre, enfermedad y, finalmente, muerte. No hay pueblo por el que pase en el que no estén presentes uno o varios de estos elementos a la vez. En el libro, no hay lugar para la esperanza, y a pesar de la luminosidad del paisaje y la limpieza del mar, todo está recubierto de un halo de desazón, tristeza y desgracia, como la escena que cierra el libro, ubicada en mitad de un velatorio por la muerte de un muchacho.

“El bajito lleva el talego sobre el hombro y me cuenta que hace diez años que recorre el mismo camino, mañana y tarde, sin desviarse un solo paso.

-Dicen que el mundo cambia y pronto llegaremos a la luna, pero pa nosotros, tós los días son iguales”.

[...]

“-Aquí los chavales empiezan a trabajar a los siete años -comenta mi vecino.

-¿No van a la escuela?

-Los padres no les dejan y, a su modo, tienen razón. El hambre les espabila más aprisa”.

Pero lo que más llama la atención, a nuestro juicio, es la frialdad y la distancia que, de manera voluntaria, marca el autor con quienes se acercan a él en busca de ayuda, o simplemente comprensión. Y esa actitud se ve en el joven que al final del libro le pide ayuda para buscarse la vida en Cataluña, pero también con el viejo que vende en la carretera y que se sincera con él contándole que ha perdido un hijo, y  con las familias que visita, con las que se nota que ha decidido guardar una distancia prudencial porque nada tienen que ver con su mundo.

“-El mayor no era como ellos.

-¿No?

-Desde pequeño pensaba en los demás. No en su madre, su padre o sus hermanos, sino en todos los pobres como nosotros. Aquí la gente nace, vive y muere sin reflexionar. Él, no. Él tenía una idea de la vida”.

Pese a estas cautelas, sería ingrato no reconocer que nos encontramos ante una gran crónica de viajes, que refleja a la perfección la sociedad de la época de una de las zonas más deprimidas del país, que nos presenta de manera descarnada y cruel un período de tiempo y una región en la que no todo eran resorts de lujo junto a playas vírgenes y turistas colonizando todo durante unos días antes de volver a sus ciudades.

“-Por eso me gusta Almería. Porque no tiene Giralda ni Alhambra. Porque no intenta cubrirse con ropajes ni adornos. Porque es una tierra desnuda, verdadera…”

Después de 'La saga de los Marx', 'Campos de Níjar', aun siendo conscientes de que se trata de otro género, supone un salto cualitativo, que resulta más entretenido y mucho más interesante.

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