“El frescor de primera hora de las mañanas de agosto, como una isla insólita. Todavía no se ha levantado la humedad que emborronará el aire, confundiendo las distancias. También es distinta la calidad de este silencio, de pronto atravesado por el canto de un pájaro o el ladrido amable de un perro invisible. Por la claridad baja y dorada, los quietos ramilletes de sombra salpicando las piedras y la levísima brisa en las hojas de los álamos, podría pensarse que atardece.
Desde lo alto de la colina, un avión avanza paralelo al horizonte del mar. Los coches aislados que cruzan, invisibles, el cinturón de Ronda suenan como olas rompiendo en una playa. La ciudad inmediata, a nuestros pies, parece sureña o incluso tropical: azoteas blancas, cuadrados azules de piscinas quietas. Más allá, la grisura de acero y sombra de los grandes edificios. Aquí, ahora, ensueño de pinos antiguos y destellos escarlata de azaleas: un olor seco y alto da paso a otro dulce y denso. De bajada, la campana de la iglesia, entre los árboles, canta las ocho. En el alféizar de una ventana, recostado contra la reja, el gato blanco comienza su aseo. El sol, ya en la cara, indica que hoy volverá a hacer calor”.
La Llama Store |
En la mayor parte de las ocasiones, cuando empieza la lectura de un libro de un autor desconocido hasta ese momento, y cuesta empezar a coger el ritmo del libro y del propio autor, lo que menos se espera es que la descripción de un amanecer bajo el ramaje de un patio catalán, deteniéndose con todo lujo de detalles en la paleta cromática que acompaña el momento pueda sorprender tanto, hasta el punto de haberme encontrado pensando en ella en varias ocasiones posteriores, incluso espaciadas en el tiempo, como una especie de válvula de escape de la realidad que aprisiona en cada momento.
No conocía a Marcos Ordóñez hasta que leí Una cierta edad, y eso que lleva años escribiendo las crónicas teatrales en El País, el periódico de referencia durante mi juventud. Pero a partir de ese momento tengo en la lista de pendientes los Juegos reunidos que publicó con Libros del Asteroide.
“Escribo para fijarme. Para caer en la cuenta. Para fijarme en las cosas y en la gente y en lo que pienso y en lo que siento, que no siempre está claro. Fijarme en el sentido de observar todo con mayor precisión, porque todo pasa demasiado rápido, pasa por detrás y pasa por los lados, cuando andamos despistados, embabiecados, envueltos en ruido, y fijarme en la acepción de anclaje, de hincar los pies en el suelo, con las líneas como rieles, para que el viento del tiempo no se lo lleve todo y a mí con él, y no todo se afantasme antes de hora. Y para llegar a fin de mes”.
Una cierta edad es un dietario que el autor fue completando desde 2011 a 2016 con una triple finalidad: "tratar de sujetar lo que se escapa del paso de los días, pensar con un poco de calma, y correr en libertad, jugando con tonos y géneros".
Ed. Anagrama |
Y dando cumplimiento a esas motivaciones, en el libro encontramos, por supuesto, mucho teatro y muchos libros, también muchos autores que entran y salen de las notas que componen el dietario, pero también desciende a cosas más mundanas como los achaques de salud o la sensación que siente al sacar un pequeño cuaderno para tomar las notas que sigan alimentando las notas del dietario.
“Me preguntan cuáles son las condiciones indispensables para mi oficio. Contesto: «Que te gusten las historias y las palabras. Intentar atrapar y contar las primeras, y juntar y cambiar de orden una y otra vez las segundas hasta que parezcan, con mucha suerte y mucho empeño, recién brotadas. Si te aburre hacer eso día tras día y que tu frase más repetida sea “Bueno, creo que ya tengo un borrador”, quizá sea mejor que te dediques a otra cosa»”.
Definitivamente, un libro escrito de manera muy ágil, con fragmentos que quedan marcados en la memoria del lector y que dejarán con ganas de leer otras vivencias escritas por este autor.