jueves, 10 de noviembre de 2011

"No más FARC"

He de confesar que Mario Vargas Llosa no es santo de mi devoción. La rancia ideología política que siempre que tiene ocasión deja plasmada en un escrito o en unas declaraciones dejan ver sin tapujos un pensamiento liberal propio del siglo XIX, y muy poco acorde con los gobiernos de corte izquierdista bolivariano que los pueblos de América Latina llevan eligiendo en sus respectivas elecciones desde hace más de una década. Ello por sí sólo no es malo, faltaría más, pero sorprende que ninguna de las medidas que toman estos gobiernos progresistas sean nunca de su agrado (la inquina que tiene a Hugo Chávez es particularmente alarmante).

Sin embargo, releyendo algunos viejos periódicos que guardo en casa, el otro día aparecieron ante mí algunas de las colaboraciones que realizó para "El País" hasta hace un par de años, aproximadamente, en una sección dominical llamada "Piedra de toque", y en las que no le faltaba del todo razón en sus apreciaciones (como se verá hoy y próximamente). En una de ellas hablaba de la iniciativa de un ingeniero colombiano, que había organizado un grupo en Facebook y convocado manifestaciones en todo el mundo por el fin de las FARC, siendo la más numerosa la que tuvo lugar en Santa Fe de Bogotá.

Se cuestiona Vargas Llosa si las FARC fueron algo distinto en sus comienzos, cuando estaban dirigidos por Tirofijo. Se responde: "tal vez lo fue, antes de que naciera oficialmente, en 1966, cuando la guerra civil que ensangrentó Colombia, luego del asesinato de Jorge Gaytán Durán y el bogotazo de 1948, y las guerrillas liberales y conservadoras se entremataban en una de las peores sangrías de la historia latinoamericana. Pero, si hubo alguna vez fuertes dosis de idealismo y generosidad en sus dirigentes, y una genuina vocación de altruismo social, todo eso fue desapareciendo con una práctica violenta de tantas décadas, en la que, poco a poco, los medios se fueron imponiendo sobre los fines, y corrompiéndolos hasta desaparecerlos, como suele ocurrir a quienes que la violencia es la partera de la historia". Y es que hoy, "las FARC no tienen nada de admirable ni de respetable pues son, hoy día, nada más que un Ejército seudo popular al servicio del narcotráfico, que vive del crimen, que tiene esclavizados por los métodos brutales que practica a cientos de miles de campesinos y gentes de los estratos sociales más humildes de Colombia que para su desgracia residen dentro de las zonas que domina y que son el obstáculo mayor que tiene este país para avanzar en su desarrollo y perfeccionar su democracia. 

No había reparado en este artículo hasta hace poco tiempo, cuando ETA anunció el "cese definitivo de la actividad armada", repugnante eufemismo que no significaba más que después de 50 años dejaba de asesinar a personas, inocentes en su inmensísima mayoría (me acuerdo de Carrero Blanco o Melitón Manzanas), contrarias a lo que ellos consideraban un Euskadi libre ("Askatuta"). Tras la decisión de ETA, la lectura de este artículo y el reciente asesinato de Alfonso Cano, el responsable de las FARC tras el fallecimiento de Manuel Marulanda "Tirofijo", en 2008, queda claro cuál es el fin de toda organización terrorista en el siglo XXI: su disolución sin condiciones. La gestión de "las consecuencias del conflicto" (otro asqueroso eufemismo) es harina de otro costal.


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