miércoles, 28 de noviembre de 2012

Literatura deportiva...de calidad


Cuando hace un par de semanas me encontré con que uno de los libros más vendidos en las tiendas españolas era el último de Tomás Roncero comprendí que el destino que para la civilización del siglo XXI predijeron los mayas estaba más que justificado. No puedo creer, primero, que el libro de este personaje esté entre uno de los más vendidos a nivel nacional ni, segundo, que  la literatura deportiva tenga unas miras tan bajas.

Por eso, el azar hizo que un par de días después cayera en mis manos (más bien caí yo en la estantería de la biblioteca que lo albergaba) 'Plomo en los bolsillos' de Ander Izagirre, cuyo subtítulo es 'Penurias, malandanzas, fanfarronadas, locuras, traiciones, alegrías, hazañas tragedias y sorpresas del Tour de Francia'. Y no se me ocurre una mejor descripción para el libro de este autor, el cual primero fue ciclista y después escritor.

Y es que 'Plomo en los bolsillos' es la historia de una pasión, de la pasión de unos locos que desde el principio de esta competición soñaban con llegar a lo más alto en el podio de París. Pero el camino en los inicios no era el "camino de rosas" que es actualmente, pues hablamos de carreras que duraban jornadas casi completas (21 ó 22 horas), en condiciones infrahumanas, y sin tener el sustento mínimo garantizado. Lo cierto es que posteriormente fue evolucionando hasta llegar a lo que conocemos hoy, pasando por las gestas épicas de los años 50 y 60, donde ya se empezaba a coquetear con los productos dopantes (se narra la historia de un ciclista que utilizó, al menos en una ocasión, supositorios de cocaína). 

Con la perspectiva que, afortunadamente, en algunas ocasiones concede el tiempo, vemos que el libro escrito en el año 2005, narra el auge de Lance Armstrong por las carreteras francesas y los sucesivos podios de París. Con esa perspectiva, como decimos, podemos comprobar cómo hoy el ciclista estadounidense ha sido desprovisto de todos sus títulos y ha sido declarado como la mayor farsa (conocida) de toda la historia del ciclismo mundial.

Una vez dije que no había visto un relato más conmovedor de la muerte que el que realiza Guisseppe Tomassi de Lampedusa sobre la muerte de Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, en 'El Gatopardo'. No me voy a retractar de lo que dije en su momento, pero si voy a añadir un nueva muesca en las narraciones de la vida que se les escapa a uno como arena entre los dedos. En 'Plomo en los bolsillos' Ander Izagirre narra la muerte del ciclista Tom Simpson en una subida a los Alpes como una cuenta atrás y con los pensamientos que presumiblemente podían atenazar al ciclista en cada uno de los segundos de ese fatídico último minuto de vida. Realmente conmovedor. Hace sentir la muerte dentro de uno...y al reloj que la acompaña.

Un libro totalmente recomendable, que sitúa a la literatura deportiva en el lugar que tiene que estar, y que deja a basuras como la de Tomás Roncero a la altura del betún. 

martes, 30 de octubre de 2012

Diminuto ejército de perdedores

Durante los veranos de los años en que estaba estudiando en la universidad, trabajé en una empresa que tiene sus oficinas centrales en Madrid cerca de la Glorieta de Bilbao, concretamente en la calle Luchana. A la hora del desayuno solíamos bajar a un supermercado Eroski que hay cerca a comprar algo que luego nos subíamos arriba. Él siempre estaba allí, dando los buenos días a todo el que pasaba, pero cuando llegábamos nosotros aparte de los buenos días se deshacía en piropos para con las chicas que me acompañaban (me decía que "era un rey" por ir acompañado de mis compañeras de trabajo, una de ellas mi novia, por cierto). Cuando acabábamos de cobrar no perdíamos la oportunidad de comprarle una bolsa de croissants o cualquier otra cosa de bollería que pudieran facilitarle un poco las pesadas mañanas de verano del distrito de Chamberí. Se deshacía en agradecimientos hacia nosotros por ese simple gesto, que a nosotros no nos costaba nada. Me licencié, cambié de trabajo y le perdí la pista. Desconozco si aún sigue allí, solícito, ayudando con la compra a las humildes señoras que todavía perduran en la parte vieja del barrio. Pero sospecho que si no sigue allí no habrá sido por haber encontrado una oportunidad de mejorar, de futuro.

No hubo una sola vez en la que habiéndole visto no me preguntara de qué forma podría ayudar a ese chico, de no más de veinticinco años, para darle al menos un cuarto de las oportunidades que se me estaban dando a mí. Las Administraciones Públicas lo iban a dejar en la estacada, eso estaba claro, pero yo me resignaba a que por mi parte fuera así. Sin embargo, nunca se me ocurrió ninguna forma efectiva de ayudarle: lo más seguro es que no tuviera permiso de residencia ni de trabajo; las ONG's ya estaban saturadas en aquella época; recabar ayuda de alguna Administración hubiera sido como ponerle a los pies de los caballos.

Traigo a colación esta historia, pues me he acordado de ella al ver esto:

Se trata de las personas (sí, personas) que la pasada semana saltaron la valla que separa Melilla con Marruecos. El que aparece en la foto es uno de los grupos que consiguieron saltar, pero que fueron inmediatamente detenidos por la Guardia Civil al otro lado de la frontera. Se trata, en definitiva, de un diminuto ejército de perdedores. Perdedores de todo, de su presente, de su futuro, excepto de una cosa, de su dignidad.

El chico de la puerta del supermercado no debía de tener, como he dicho, más de veinticinco años. En definitiva, una edad que otros jóvenes aprovechan para formarse, para conformar lo que van a ser en el futuro. A ambos, al chico de Eroski y a los hombres de la foto todo les ha sido negado. No tienen más derecho a nada que a lo poco que les pueda otorgar la miseria, que en realidad es nada. Hombres como castillos, a los que la sociedad ha relegado a pedir limosna en las puertas de los supermercados, de las cafeterías, pero sin que puedan aspirar a nada.

Esta es la maravillosa sociedad solidaria que estamos construyendo. Siempre junto al débil cuando éste necesita ayuda. Ojalá algún día estos parias se conviertan en los Espartacos del siglo XXI, y se rebelen contra el Imperio que les tiene oprimidos y que los considera un diminuto ejército de perdedores.

lunes, 1 de octubre de 2012

Algo huele a podrido en Rusia

Si por un casual me apeteciera hablar por hablar de alguno de los artículos que Mario Vargas Llosa escribe los domingos para 'El País', quizá fuera más conveniente centrarme en el deplorable y hagiográfico texto que hace un par de fines de semana le dedicó a Esperanza Aguirre, titulado "Aguirre, esa Juana de Arco liberal". Sin embargo, como mi deseo no es ese ni por asomo, hoy me centraré en uno que se publicó hace cuatro años sobre el empresario ruso, dueño de la compañía Yukos, titulado "Jodorkovsky en Siberia".

No es que sea un texto especialmente llamativo, ni mucho menos de lo mejor que Vargas Llosa ha publicado en "el diario independiente de la mañana", pero es imprescindible rescatarlo para ver qué grado de putrefacción ha alcanzado la democracia en Rusia. Aisladamente, la historia del multimillonario ruso podría entenderse como una caída en desgracia dentro de un país todavía repleto de grandes gerifaltes ex-comunistas, no dispuestos a perder su cuota de poder (o la nueva cuota de poder que les ofrecía la ruptura con el comunismo, y la pronta llegada del capitalismo). Salvando las distancias, en España contamos con nuestro ejemplo cañí: la RUMASA de José María Ruiz Mateos. Por tal motivo digo que separada de la realidad circundante el devenir de Jodorkovsky está a la orden del día en los países de nuestro entorno, e incluso en el nuestro. Sin embargo, en los últimos meses, la represión a las manifestaciones organizadas por la oposición rusa y la criminalización de sus líderes, pero especialmente la detención y el posterior proceso y encarcelamiento de las 'Pussy Riots', hacen ver hasta al menos despabilado que algo huele a podrido en la heredera de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.


Jodorkovsky, según nos cuenta Vargas Llosa, comenzó desde los oficios menos prósperos hasta acabar en las altas instancias de la URSS. Cuando el Muro de Berlín cayó y aquélla se desintegró fue uno de los que vio la oportunidad que se le presentaba ante la liberalización de los sectores que hasta entonces habían estado controlados por el todopoderoso Estado soviético, entre ellos el de la energía. Fue así como se hizo con el control de Yukos, en una jugada a la que no faltaron críticas por parte de unos y otros.

No seré yo quien juzgue la actuación ni de uno ni de otros en este caso, pero si discutible fue su ascenso, más si cabe lo fue el proceso y posterior resolución a los que se vio sometido por plantear alternativas democráticas a la gestión de Putin en Rusia. Y desde luego lo que no es casualidad son tantos casos de decisiones antidemocráticas en un lapso relativamente pequeño de tiempo, por lo que en Rusia definitivamente hay algo que no huele bien. Pero lo llamativo es que pese a que el proceso a Jodorkovsky se considerase una farsa desde Occidente nadie se ha atrevido a criticar más de la cuenta al gigante ruso, porque mientras emitían sus casi inaudibles quejas lo hacían con un ojo puesto en la pérdida de suministros energéticos del continente europeo, y el otro en las consecuencias comerciales que podría tener para las exportaciones de la Unión Europea. 

Así que el desenlace estaba claro desde el principio: únicamente iba a haber un perdedor, que dio con sus huesos en la cárcel, y que a día de hoy sigue cumpliendo condena, mientras Occidente mira para otro lado.

lunes, 23 de julio de 2012

Patriotismo fosilizado


Recuerdo que comencé este libro la misma noche en que España ganó la Eurocopa de 2012 contra Italia. El hecho de que se desatara un sentimiento patriótico tan "desbocado", mientras días atrás se había anunciado una amnistía fiscal para los estafadores de impuestos (¿qué mejor manera de demostrar el amor por tu país que ingresando religiosamente en sus arcas todo lo que le corresponda a tu nivel de ingresos?), y otras cuestiones como el hecho de que el Presidente del Gobierno decidiera acudir a la final del campeonato en vez de supervisar las labores de extinción de uno de los mayores incendios que ha asolado la geografía española en los últimos años (mientras los bomberos pedían motosierras eléctricas por Twitter), hicieron que no disfrutara (nunca suelo hacerlo, pero en esa ocasión menos) la victoria española. La verdad es que era una una mala noche para intentar ver algo bueno en nuestra especie, por varios motivos: un aborregamiento que llevaba a seres ebrios a cantar consignas que no sabían lo que significaban mientras toreaban con la bandera de España a los coches que circulaban por la calle; un sentimiento patriótico fundado en algo tan superficial y efímero como un partido de fútbol; comprobar que en lo único en lo que somos campeones es en el fútbol, y que a su población con eso únicamente le vale.

Es cierto que después de tan lamentable episodio he tenido dos buenas ocasiones para reconciliarme con el género homo sapiens: el recibimiento que el pueblo de Madrid hizo a los mineros que marchaban desde las diferentes cuencas españolas y la manifestación del pasado 19 de julio en la que quedó patente que el Pueblo no se resigna, que no le gusta lo que está ocurriendo, y que en ningún momento legitimó a ningún gobierno para que destruyera el Estado de Bienestar por el que han luchado nuestros padres y abuelos.

Desconozco las veces que José María Bermúdez de Castro se ha enfrentado y reconciliado con el género homo sapiens, pero por lo que nos cuenta en su libro "Exploradores. La historia del yacimiento de Atapuerca" han debido de ser unas cuantas. Y no precisamente con los de los fósiles que van apareciendo en el yacimiento de la provincia de Burgos, pues entre otras cosas pertenecen a la especie Homo Antecessor, sino con los primeros espadas de lo que se ha dado en llamar "la ciencia oficial". Nos cuenta Bermúdez de Castro que cuando todas las evidencias parecían apuntar a que lo que se estaba descubriendo en Atapuerca constituiría un hito y toda una novedad en la paleoantropología mundial, los representantes de la "ciencia oficial" ponían todos sus esfuerzos en minimizar los hallazgos y en encuadrarlos en alguna de las especies ya existentes, con el único objetivo de relativizar su valor científico.

Dentro de este libro es muy reseñable la crónica del viaje que llevó a algunos de los componentes del equipo de Atapuerca hasta Dmanisi (Georgia), donde de un modo ameno nos muestra cómo un país que todavía se encontraba apagando las cenizas de la guerra civil encontró fuerzas suficientes para realizar uno de los hallazgos más importantes de las últimas décadas en el campo de la paleantropología mundial. La radiografía que hace del país, de sus paisajes, de su gastronomía y de sus gentes bien vale una lectura de este libro, ya de por sí recomendable. 

Tampoco ahorra esfuerzos a la hora de criticar a los responsables de la Junta de Castilla y León en el año 1994, los cuales no confiaron en ellos en ningún momento, pero sí anduvieron bastante rápidos para hacerse una buena foto cuando entendieron que lo que se acababa de descubrir en esos días (el cráneo del "primer homínido europeo", "Miguelón") era un hallazgo de importancia mundial.

El libro de José María Bermúdez de Castro es el ejemplo perfecto de divulgación científica y pasión por lo que uno hace. Quien tenga la inquietud antropológica de saber cómo hemos llegado hasta unos días en los que pese a tener todas las herramientas necesarias a nuestro alcance para defender nuestros derechos y nuestra integridad, estamos consintiendo que nos quiten delante de nuestras narices todo lo que nos queda y nos permite reconocernos como ciudadanos, no debería dejar de pasar la oportunidad de leer este libro, y que a partir del origen que constituye la presencia de Homo Antecessor en la Sierra de Atapuerca, ate cabos y saque sus propias conclusiones.  

martes, 3 de julio de 2012

La buena Literatura


"Un buen libro debe ser simple. Y como Eva, debe provenir de algún lugar entre la segunda y la tercera costilla": debe haber un corazón latiendo en su interior".

"Desde luego, Brooklyn es un lugar un poco sucio", admitió. "Pero para mí simboliza un estado mental, mientras que Nueva York es sólo un estado financiero".

Un Parnaso o librería ambulante, tirado por una vieja yegua, capitaneado por un loco profesor, acompañado por un perro, y todo ello adquirido por 400 dólares de los años 20 por una señora solterona especialista en hornear pan en la granja familiar. Éste podría ser, básicamente, el resumen de "La librería ambulante", pero como no puede ser de otra forma caeríamos en el riesgo de ser demasiado simplistas y de perder la quintaesencia contenida entre sus páginas.

Porque "La Librería ambulante" es el amor por la Literatura, es llevar hasta el extremo la pasión por los libros, hasta el punto de hacer de ellos tu hogar y casi tu única compañía, únicamente por el afán de hacer extensiva la cultura a todos los lugares. Así como el grupo de teatro "La Barraca", dirigido por Federico García Lorca, se proponía llevar la pasión por el teatro a los pueblos más denostados en aquel período inicial de la II República, el profesor Mifflin hace lo posible por llevar los buenos libros a los granjeros del Medio Este americano, sin ninguna otra pretensión que intentar transmitirles un poco del amor que él siente por ellos o de que por lo menos tengan la oportunidad de intentar experimentarlo.

Pero "La librería ambulante" no son únicamente libros, sino también los copiosos y deliciosos menús que prepara Hellen McGill en su granja (la carne con salsa de manzana, las crujientes y calientes hogazas de pan, los donuts caseros, el café recién hecho) y también los paisajes de esa América profunda que tan bien sabe explicar Christopher Morley (las suaves brisas de las mañanas de otoño, el salitre de las ciudades costeras, el tintineo de los árboles con la suave brisa del atardecer).

Desde luego, este libro cubre sobradamente con las expectativas depositadas en él, y cumple con la máxima que abre este post. Es un libro simple, y contiene un corazón que late por muchos motivos, pero sobretodo por el amor a la Literatura, a la buena Literatura.

jueves, 10 de mayo de 2012

No vayas a ser esclavo

Justo cuando acabo de terminar de analizar la documentación de un Expediente de Regulación de Empleo que va a costar el trabajo a 150 trabajadores en el plazo de diez días. Comprobando como día tras día se adoptan por las empresas medidas que literalmente "rompen" familias. Viendo que el hecho de quebrar un banco donde los trabajadores depositamos los pocos ahorros que podemos reunir se paga a 1,2 millones de euros, sólo me viene una cosa a la mente, y esa cosa es un poema, y ese poema es de Miguel Hernández en su autoría, pero al fin y al cabo un poco de todos los que todavía creemos en la dignidad del trabajo, y por eso todos nosotros deberíamos hacerlo nuestro en algún momento de nuestra existencia, por lo que significa y por lo que representa:

ANDALUCES

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que a vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.



miércoles, 11 de abril de 2012

Con sólo cerrar los ojos

Me ocurre una cosa con las bandas sonoras de las películas que veo: mientras se desarrolla el film, las canciones van dando sentido a todo lo que ocurre. Sin embargo, una vez que finaliza me dejan igual y no despiertan en mí mayor sentimiento que la indiferencia. Me pasó por ejemplo con Forrest Gump, cuya banda sonora es una obra maestra de los años dorados del pop-rock estadounidense. He intentado escuchar "California Dreamin'" de The Mamas & The Papas tras ver la película y no me ha hecho revivir ni sentir en ningún momento lo que me transmitió la película cuando realizaba una visión de la época hippie en el Estados Unidos de los años 70.

Eso, hasta el pasado sábado. Que una película contemporánea, ambientada en la época actual, comience con una pieza de piano indica que no se trata de una película cualquiera. Pero si encima esa pieza es el "Nocturno in B-Flat Minor, Op 9, n. 1", de Frédéric Chopin la cosa sólo puede deparar buenas sorpresas a partir de ese momento. 

Ocurrió en Intocable y jamás pensé que una canción, encuadrada en una determinada escena, que da sentido únicamente a esa escena y no destinada a perdurar más allá del metraje de esa escena, pudiera permanecer no sólo en la retina sino en el oído por tanto tiempo. Es cierto que si fuera una canción al uso (con letra y música comercial se entiende) y me pidieran que la interpretara de algún modo no sabría hacerlo, pero quedó en mí la esencia de esa pieza, la tristeza y la desolación que encierran sus primeras notas, y a partir de ese momento, con sólo cerrar los ojos, la podré utilizar para cualquier momento que me plazca fuera de esa película. Por ejemplo ahora, en una madrugada en la que el viento azota con fuerza la ventana y el frío hace desapacible la noche en el exterior. Y es ello lo que me permite pensar que quizá esta noche sea como alguna de las que acompañaron a Chopin cuando compuso este Nocturno. ¿Por qué no? El haber hecho ya mía esta canción me otorga licencia para utilizarlo así, para intentar emularlo tocando las teclas de un portátil en vez de las de un piano.

Pero si de un Nocturno de Chopin para una noche de insomnio voluntario o involuntario se trata, mi preferido siempre ha sido, es y será éste: 




Buenas noches. Buenas madrugadas.

miércoles, 4 de abril de 2012

Inocencia y orgullo


Una deliciosa anécdota extraída del libro de Simon Leys, "La felicidad de los pececillos. Cartas desde las antípodas":

"MALENTENDIDO CREADOR. Hay obras que ganan al no ser comprendidas.

Una periodista que entrevistaba a Julien Green (hace ya bastante tiempo de esto) descubrió que éste era un espectador asiduo de las películas de James Bond. Pero, según una persona que le acompañaba a veces al cine, parece que el escritor se hacía un lío tremendo con la trama argumental. Esto, evidentemente, lo explica todo: la intriga más idiota debe de adquirir turbadoras honduras tras haber pasado por los filtros y los alambiques del autor de Moira.

En el terreno de este tipo de malentendidos creadores, recuerdo determinados públicos africanos cuya imaginación rayaba en lo genial. En mi juventud, hice un curioso viaje a pie a una región desfavorecida del Kwango, en el país de los bayaka. De vez en cuando venía allí, a los pueblos de la sabana, un comerciante griego equipado con una camioneta y un grupo electrógeno a organizar sesiones de cine ambulante (os hablo de antes de la Independencia; pues hoy, aun en el supuesto de que siguiera habiendo griegos emprendedores en la región, dudo que pudieran encontrar todavía pistas practicables para llegar a esas remotas aldeas). Las películas que proyectaba el griego eran viejas producciones de Hollywood con mujeres fatales, teléfonos blancos y gánsteres con puros y trajes a rayas. ¿Contaban estas películas con banda sonora? La verdad es que habría sido de escasa utilidad, pues los espectadores sólo comprendían el kiyaka. En cambio, inventaban, a partir de esas imágenes inciertas que bailaban en una pantalla improvisada en la noche rechinante de insec
tos, unas epopeyas prodigiosas que sobrepasaban con creces todo cuanto hubiera podido concebir nunca la imaginación de los guionistas de Hollywood.

martes, 3 de abril de 2012

Entierra la muralla

Hace unos años tuve la oportunidad de recorrer Madrid con un buen amigo (que ahora anda dentro de otros proyectos) mientras buscábamos los (pocos) vestigios medievales que aún se conservan, y una de nuestras paradas fue, como no podía ser de otra forma, uno de los lienzos de la muralla que se conservan al pie de la Catedral de la Almudena (en la Cuesta de la Vega, frente a la cripta).


Con lo que no contábamos, y por eso fue mayor nuestra sorpresa, fue con las excavaciones que por aquel entonces se estaban llevando a cabo en la Plaza de la Armería (entre el Palacio de Oriente y la puerta principal de la Catedral de la Almudena), y en las cuales se habían descubierto varios tramos de uno de los lienzos de la muralla árabe que rodeaba y protegía la antigua Mayrit. Nos fuimos de allí con la esperanza de que la zona fuera acondicionada, pues como se ve se encontraba en una situación deplorable, y algún tiempo después pudiéramos contar con un nuevo elemento arquitectónico de la época árabe en el paisaje madrileño.



Tras haber pasado varias veces por la zona y haberla encontrado siempre con un vallado que no permitía ver lo que se estaba realizando detrás que no llamaba excesivamente la atención,  entendiendo que lo que se estaba llevando a cabo era el acondicionamiento de la zona. Y nunca mejor dicho. El pasado viernes tuve la oportunidad de pasar nuevamente por la zona, y esta vez sí me atreví a mirar detrás de la valla que se había levantado, y me encontré con esto:


Toda la Edad Media batallando para hacer desaparecer las murallas de las ciudades que se pretendían conquistar y en Madrid han descubierto que lo más fácil es enterrarlas. Eso sí, dilapidando todo el patrimonio medieval descubierto en la zona en pos de una inútil y vallada explanada de granito. Desconozco si esta fechoría es obra del Gobierno central o del autonómico, o incluso de la Iglesia Católica, pero lo cierto es que una vez más tendremos tiempo suficiente de lamentarnos por lo que hemos dejado bajo la vorágine de una construcción desaforada que pretende vendernos utilidad enterrando siglos de Historia. Miedo me da sólo pensar todo lo que se ha sepultado porque los madrileños lleguemos cinco minutos antes al trabajo.