jueves, 5 de septiembre de 2013

Día 3: La Playa de las Catedrales, Rinlo, Ribadeo, Castropol, Luarca, Cabo de Bustos y Cadavedo

Aprovechando que las previsiones del tiempo no eran muy halagüeñas nos decidimos a recorrer la parte más oriental del norte de la provincia de Lugo y la más occidental del Principado de Asturias. El hombre del tiempo se equivocó, pero nosotros, al elegir esa opción no, porque pudimos conocer unos pueblos preciosos con unos rincones maravillosos.


Nuestra primera parada fue a unos kilómetros de Ribadeo, en la Playa de las Catedrales. La salida hacia la misma se encuentra perfectamente señalizada desde la Autovía A-8. Aconsejamos acudir temprano, debido a la gran afluencia de visitantes que recalan en ella para visitarla. La visita puede dividirse en dos partes. La primera de ellas discurre por las pasarelas de madera habilitadas para el paseo. Es recomendable ir hasta la más lejana, pues es desde la que se obtienen unas vistas más espectaculares del conjunto de la playa, y no se encuentra muy transitada por los visitantes.



La segunda opción es el paseo por la roca horadada por las corrientes de agua. Es aconsejable no hacer la visita con ropa larga (nosotros cometimos ese error) y dejar que el agua que llegue hasta la orilla nos moje los pies durante el paseo. La belleza de los arcos hechos en la piedra por el efecto de la erosión, así como de las cavidades repletas de aguas cristalinas, sería aún mayor si no hubiera tantos 'feligreses' 'rezando' en las catedrales del mar, pero aún así merece la pena la visita. No está de más, tampoco, echar un vistazo al estado de las mareas, para no hacer el viaje en balde, pues con marea alta sólo se contemplan las piedras, sin que exista la posibilidad de pasear entre ellas.







Siguiendo la carretera que discurre junto a la costa, la próxima parada es el pueblo pesquero de Rinlo. Merece la pena una breve parada, aunque sólo sea para pasear por sus callejuelas empinadas y su paseo marítimo junto a la desembocadura de la ría. Tiene una buena oferta de alojamiento rural y bastantes pulperías, pero no respondemos del precio de las mismas.


Volviendo sobre nuestros pasos a la carretera de la costa, la siguiente parada obligada es la Isla Pancha, en Piñera. Desde ella se nos ofrecen unas vistas espectaculares del litoral y de la mar embravecida, y ello acompañado de la presencia imperturbable de los dos faros que vigilan día y noche para garantizar la seguridad de la gente de la mar. Un templete de madera permite guarecerse en caso de temporal, y no es mala opción para tomar un tentempié de media mañana antes de continuar con el viaje.


A las afueras de Ribadeo se encuentra el Fuerte de San Esteban, que el día en que nosotros fuimos se encontraba cerrado, y el Muelle del Cargadero, al que antiguamente se acercaban los barcos que iban a surcar la mar para que les cargaran las especias, metales y cuantas mercancías se nos puedan ocurrir. Desde allí obtenemos unas espectaculares vistas del final de la ría que sirve como frontera natural entre Galicia y Asturias y del espectacular Puente de los Santos, así llamado por albergar en cada uno de sus extremos sendas capillas con sus correspondientes santos.





Si se quiere obtener una buena panorámica de la ría, pero desde el otro extremo, recomendamos igualmente una visita a Castropol, una preciosa villa de casitas blancas desde donde se divisa la ría, el Puente de los Santos y Ribadeo trepando por la colina que lo alberga, todo ello en una panorámica espectacular.


Como el tiempo ya apremiaba y se iba acercando la hora de la comida, decidimos proseguir el camino hacia el pueblo marinero de Luarca. Una vez allí, y seguramente por el efecto de la nostalgia, terminamos comiendo en el mismo restaurante en el que lo hice la primera vez que visité el pueblo hace trece años con mis padres. No recordaba el nombre, pero ahora sé que se llama 'El Redondel', y llegar hasta él no tiene pérdida: viniendo desde el oeste por la antigua N-634 habremos de seguir durante 50 metros tras pasar el cartel de 'Luarca (por el cementerio)' y llegar a la gasolinera. Aunque el menú ya no tuviera el tipo de platos que hace trece años (me refiero a su calidad, obviamente) las raciones siguen siendo abundantes y algún caso se dará en que no puedan terminarse. El menú es a 9 euros, pero por 4 más se puede disfrutar de una estupenda fabada, a repetir cuantas veces se quiera... o se pueda.

Después de haber repuesto fuerzas y haber descansado de la frenética mañana nos dispusimos a visitar, por fin, la villa de Luarca, la cual permanecía tan bella (o más) que trece años atrás. Es prácticamente obligatorio que la visita comience por el cementerio. Si se accede desde aquí, rápidamente encontraremos un mirador desde el que poder ver la villa desde su punto más alto, y podremos divisar sus blancas casas y su puerto pesquero y las verdes montañas que la envuelven.


Si decidimos dejar aparcado el coche en esta zona fue porque conocíamos las dificultades para estacionar en el centro del pueblo, así que desde ahí nos encaminamos hacia uno de los lugares más destacados del municipio. Aunque pueda resultar chocante la recomendación de visitar un cementerio, quien lo conozca comprenderá el motivo. El cementerio de Luarca es de una belleza inusual en este tipo de recintos. En varios niveles sobre el nivel del mar, un manto verde cubre cada uno de ellos como preludio a lo que depara a la vista si alzamos la mirada: un mar espléndido sobre los nichos donde han encontrado el descanso eterno los habitantes de la villa, entre ellos el ilustre Premio Nobel de Química en 1959, Severo Ochoa, quien yace junto a su esposa Carmen en este maravilloso lugar para encontrar el merecido reposo tras una vida de éxitos dedicada a los demás.



Desde ahí podemos acceder a pie al pueblo, cuyo primer punto de interés tras el cementerio es el puerto pesquero, que es epicentro del municipio y eje principal de la actividad económica del mismo (aparte del turismo, claro). Un paseo entre los mástiles de sus barcos nos hará llegar hasta la lonja de pescado donde se recibe, procesa y vende el marisco pescado por la flota luarquesa. En todo el recorrido del puerto encontramos multitud de bares y restaurantes donde poder comer o cenar en caso de que acompañe la hora.


Justamente enfrente de la lonja se encuentra la Parroquia de Santa Eulalia, que sirve como inicio al recorrido por la calle peatonal del Párroco Camino, en la que podremos pasear por ella y disfrutar de algunos dulces típicos asturianos en cualquiera de sus pastelerías artesanas. Llegando al final de esta calle, cruzaremos el Puente del Beso, así llamado por las apasionadas despedidas que un joven marinero dedicaba a su amada, que vivía en el Barrio de la Pescadería, hacia el que nos podemos dirigir para obtener otras vistas del pueblo desde su punto más alto.


Bordeando el barrio de la Pescadería llegaremos a la playa de Luarca. La misma se caracteriza por sus negras arenas, y por estar dividida en dos partes: la más cercana al pueblo es más tranquila y carece prácticamente de oleaje, al encontrarse ya dentro del perímetro del puerto. La más alejada tiene mayor extensión y es más bravía, por lo que la diversión está asegurada si optamos por ella.

Desandando todo el camino y volviendo por el puerto y el cementerio, la última parada ha de ser el faro y la Ermita de la Atalaya, lugar desde el que obtendremos una vista perfecta de las playas y del Mar Cantábrico que las baña a un lado, y de una inaccesible playa a la que sólo puede llegarse en barco al otro. Aquí tomaríamos el coche hacia nuestra próxima parada: el Cabo de Bustos.




En la localidad del mismo nombre se encuentra este cabo, al que se puede acceder a través de una vía asfaltada para los coches o por medio de una vía senderista de unos 3 kilómetros aproximadamente. Desde aquí se nos ofrecen magníficas vistas del litoral asturiano, y más sin coincidimos con la hora en que el sol ya comienza a caer y comienza esa especie de penumbra que precede a la oscuridad total. Un paseo por la senda habilitada para ello hará que la brisa salada acaricie nuestra cara con suavidad, combatiendo así una jornada no especialmente fresca para lo que es esta zona. Nos situaremos bajo el faro, y podremos sentir por unos minutos la sensación de los encargados de manejarlos, que con sus movimientos y sus cambios de luces dan sentido a un viaje, a una travesía, en definitiva a una vida dedicada a la mar por la gente de estas tierras. El entorno ofrece lugares dignos de unas cuantas fotografías.





Desde el faro de Bustos tomaremos el coche hacia nuestro siguiente y último destino: el municipio de Cadavedo. Enclavado éste en lo alto de un acantilado, cuenta con un gran ambiente que se percibe con una simple travesía con el coche por sus calles. Tanto es así que nos lo quedamos como referencia para cuando volvamos por la zona. Aunque uno de sus principales atractivos turísticos es la cantidad de edificios de arquitectura indiana que podemos encontrar en sus calles, el punto más destacado del municipio es la Ermita de la Virgen de Regla, conocida popularmente como 'La Regalina'. En la explanada que la rodea se celebra una romería en su honor una vez al año. El resto del tiempo sirve para que podamos contemplar los espléndidos atardeceres que se divisan desde aquí y para disfrutar del paisaje del litoral asturiano.





Si tenemos suerte y no hay bruma, nuestra vista alcanzará incluso a ver la gran pared que rodea la Playa del Silencio (Castañeras). Los dos espléndidos hórreos que se encuentran en la pradera nos despiden antes de retomar nuestro regreso hacia Salamir en la noche fresca en que ya se estaba convirtiendo la tarde.

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