jueves, 5 de marzo de 2020

En busca del árbol milenario


Siempre recordaré que el mismo día en que nos dispusimos a realizar esta ruta mis hermanos y yo, se produjo la misteriosa desaparición del vuelo 370 de Malaysia Airlines. Aún hoy, seis años después del suceso, sólo han podido recuperarse pequeñas piezas del fuselaje del avión, y ningún cuerpo de los pasajeros desaparecidos. Es la historia de una derrota infligida por los elementos de la naturaleza al ser humano, que ha impedido que, aun habiendo transcurrido tanto tiempo, se pueda dar digna sepultura a los pasajeros que aquel fatídico día llenaban el avión. Una derrota como la que, salvando las distancias, nos iban a asestar otros elementos de la naturaleza al final de la mañana.

Antes de saberlo, dejamos aparcado el vehículo junto al restaurante 'La Isla', al pie izquierdo, según se viene de Rascafría, de la carretera que conduce al Puerto de Cotos. Superado el restaurante, cruzaremos un puente de madera que nos dejará en una pista que discurre paralela al río.


En menos de cinco minutos llegaremos a la Presa del Pradillo, flanqueada por unas casetas de mantenimiento en las que se han pintado unos curiosos dibujos que recuerdan a los que se reflejaban en las piezas de cerámica helénica (nos atrevemos a aventurar que es una suerte de Caronte, el barquero de Hades que transportaba las almas de los recién fallecidos por las aguas del río Aqueronte). Las aguas calmadas de la superficie de la presa contrastan con las del salto que se encuentra al final, bravas e indomables, y que ya, superado el último trance, van directas a suplicar el último perdón bajo el puente del mismo nombre. 




Una vez superada la Presa del Pradillo, observamos las (ora calmadas, ora movidas) aguas del Arroyo de la Angostura. Seguiremos hacia adelante con el arroyo a nuestra izquierda hasta llegar al Puente de la Angostura, bajo el que nuevamente vemos pasar las aguas del arroyo. 




A partir de aquí, la ruta comienza a ascender, primero ligeramente, de manera más pronunciada después, y las que nos acompañarán a partir de este momento serán las aguas del Arroyo Barondillo (o Valhondillo), al que es un verdadero espectáculo ver descender entre frondosos pinares, por más o menos caudalosas chorreras que parten de los dos lados del camino, por escalonados cauces paralelos al sendero; en definitiva, de mil y una inimaginables maneras.






Siguiendo la senda ascendente, nos toparemos con otro puente de piedra, éste más rudimentario que el de la Angostura, y que también hemos de cruzar para continuar. El Arroyo Barondillo sigue bajando desde las alturas con gran vistosidad para nuestro deleite y para el de nuestra cámara fotográfica, pero no podemos detenernos mucho tiempo porque nuestra meta es el tejo.



Antes de llegar hasta él, llegamos a un pequeño claro en el pinar, inconfundible por haber en medio del mismo una pequeña estructura de hormigón, que bien podría haber sido la base de una torre de electricidad o un paramento parecido. 


En las inmediaciones de este claro, cruzando la pista forestal que nos ha traído hasta aquí, y orientándonos hacia donde estaría el pueblo de Rascafría, obtenemos una de las mejores panorámicas de esta ruta: la prominente cresta nevada de Peñalara, abriéndose paso entre las ramas más altas del pinar. Reconozco que llegamos por azar a este punto (o por equivocación, si se quiere), pero nos dejó uno de los mejores recuerdos de la ruta, y que es la primera fotografía que se ha incluido al inicio de esta entrada.



Ahora ya sí, desde aquí, nos dirigimos hacia el lugar conocido como Raso del Baile, antesala del espacio en el que se encuentran los tejos. Y justo en este lugar y en este momento es cuando fuimos conscientes del poder que tiene la naturaleza para proteger a sus especies más queridas. En este punto, cercano a la cumbre, el Arroyo Barondillo baja con mucho caudal y mucha fuerza. Y teniendo en cuenta que nos encontrábamos al final del invierno, con la época del deshielo recién comenzada, nos fue imposible superar el arroyo que, dando nombre al tejo de este paraje, nos impidió verlo. En definitiva, nos quedamos con las ganas de poder contemplar este árbol milenario, celosamente resguardado por la naturaleza.


Desde el Raso del Baile seguimos la misma ruta que en el ascenso, hasta terminar en el aparcamiento del restaurante 'La Isla', en el que habíamos dejado el vehículo por la mañana temprano. 

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