lunes, 1 de octubre de 2012

Algo huele a podrido en Rusia

Si por un casual me apeteciera hablar por hablar de alguno de los artículos que Mario Vargas Llosa escribe los domingos para 'El País', quizá fuera más conveniente centrarme en el deplorable y hagiográfico texto que hace un par de fines de semana le dedicó a Esperanza Aguirre, titulado "Aguirre, esa Juana de Arco liberal". Sin embargo, como mi deseo no es ese ni por asomo, hoy me centraré en uno que se publicó hace cuatro años sobre el empresario ruso, dueño de la compañía Yukos, titulado "Jodorkovsky en Siberia".

No es que sea un texto especialmente llamativo, ni mucho menos de lo mejor que Vargas Llosa ha publicado en "el diario independiente de la mañana", pero es imprescindible rescatarlo para ver qué grado de putrefacción ha alcanzado la democracia en Rusia. Aisladamente, la historia del multimillonario ruso podría entenderse como una caída en desgracia dentro de un país todavía repleto de grandes gerifaltes ex-comunistas, no dispuestos a perder su cuota de poder (o la nueva cuota de poder que les ofrecía la ruptura con el comunismo, y la pronta llegada del capitalismo). Salvando las distancias, en España contamos con nuestro ejemplo cañí: la RUMASA de José María Ruiz Mateos. Por tal motivo digo que separada de la realidad circundante el devenir de Jodorkovsky está a la orden del día en los países de nuestro entorno, e incluso en el nuestro. Sin embargo, en los últimos meses, la represión a las manifestaciones organizadas por la oposición rusa y la criminalización de sus líderes, pero especialmente la detención y el posterior proceso y encarcelamiento de las 'Pussy Riots', hacen ver hasta al menos despabilado que algo huele a podrido en la heredera de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.


Jodorkovsky, según nos cuenta Vargas Llosa, comenzó desde los oficios menos prósperos hasta acabar en las altas instancias de la URSS. Cuando el Muro de Berlín cayó y aquélla se desintegró fue uno de los que vio la oportunidad que se le presentaba ante la liberalización de los sectores que hasta entonces habían estado controlados por el todopoderoso Estado soviético, entre ellos el de la energía. Fue así como se hizo con el control de Yukos, en una jugada a la que no faltaron críticas por parte de unos y otros.

No seré yo quien juzgue la actuación ni de uno ni de otros en este caso, pero si discutible fue su ascenso, más si cabe lo fue el proceso y posterior resolución a los que se vio sometido por plantear alternativas democráticas a la gestión de Putin en Rusia. Y desde luego lo que no es casualidad son tantos casos de decisiones antidemocráticas en un lapso relativamente pequeño de tiempo, por lo que en Rusia definitivamente hay algo que no huele bien. Pero lo llamativo es que pese a que el proceso a Jodorkovsky se considerase una farsa desde Occidente nadie se ha atrevido a criticar más de la cuenta al gigante ruso, porque mientras emitían sus casi inaudibles quejas lo hacían con un ojo puesto en la pérdida de suministros energéticos del continente europeo, y el otro en las consecuencias comerciales que podría tener para las exportaciones de la Unión Europea. 

Así que el desenlace estaba claro desde el principio: únicamente iba a haber un perdedor, que dio con sus huesos en la cárcel, y que a día de hoy sigue cumpliendo condena, mientras Occidente mira para otro lado.

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