martes, 30 de octubre de 2012

Diminuto ejército de perdedores

Durante los veranos de los años en que estaba estudiando en la universidad, trabajé en una empresa que tiene sus oficinas centrales en Madrid cerca de la Glorieta de Bilbao, concretamente en la calle Luchana. A la hora del desayuno solíamos bajar a un supermercado Eroski que hay cerca a comprar algo que luego nos subíamos arriba. Él siempre estaba allí, dando los buenos días a todo el que pasaba, pero cuando llegábamos nosotros aparte de los buenos días se deshacía en piropos para con las chicas que me acompañaban (me decía que "era un rey" por ir acompañado de mis compañeras de trabajo, una de ellas mi novia, por cierto). Cuando acabábamos de cobrar no perdíamos la oportunidad de comprarle una bolsa de croissants o cualquier otra cosa de bollería que pudieran facilitarle un poco las pesadas mañanas de verano del distrito de Chamberí. Se deshacía en agradecimientos hacia nosotros por ese simple gesto, que a nosotros no nos costaba nada. Me licencié, cambié de trabajo y le perdí la pista. Desconozco si aún sigue allí, solícito, ayudando con la compra a las humildes señoras que todavía perduran en la parte vieja del barrio. Pero sospecho que si no sigue allí no habrá sido por haber encontrado una oportunidad de mejorar, de futuro.

No hubo una sola vez en la que habiéndole visto no me preguntara de qué forma podría ayudar a ese chico, de no más de veinticinco años, para darle al menos un cuarto de las oportunidades que se me estaban dando a mí. Las Administraciones Públicas lo iban a dejar en la estacada, eso estaba claro, pero yo me resignaba a que por mi parte fuera así. Sin embargo, nunca se me ocurrió ninguna forma efectiva de ayudarle: lo más seguro es que no tuviera permiso de residencia ni de trabajo; las ONG's ya estaban saturadas en aquella época; recabar ayuda de alguna Administración hubiera sido como ponerle a los pies de los caballos.

Traigo a colación esta historia, pues me he acordado de ella al ver esto:

Se trata de las personas (sí, personas) que la pasada semana saltaron la valla que separa Melilla con Marruecos. El que aparece en la foto es uno de los grupos que consiguieron saltar, pero que fueron inmediatamente detenidos por la Guardia Civil al otro lado de la frontera. Se trata, en definitiva, de un diminuto ejército de perdedores. Perdedores de todo, de su presente, de su futuro, excepto de una cosa, de su dignidad.

El chico de la puerta del supermercado no debía de tener, como he dicho, más de veinticinco años. En definitiva, una edad que otros jóvenes aprovechan para formarse, para conformar lo que van a ser en el futuro. A ambos, al chico de Eroski y a los hombres de la foto todo les ha sido negado. No tienen más derecho a nada que a lo poco que les pueda otorgar la miseria, que en realidad es nada. Hombres como castillos, a los que la sociedad ha relegado a pedir limosna en las puertas de los supermercados, de las cafeterías, pero sin que puedan aspirar a nada.

Esta es la maravillosa sociedad solidaria que estamos construyendo. Siempre junto al débil cuando éste necesita ayuda. Ojalá algún día estos parias se conviertan en los Espartacos del siglo XXI, y se rebelen contra el Imperio que les tiene oprimidos y que los considera un diminuto ejército de perdedores.

2 comentarios:

  1. Después del absurdo calentón hace un rato en la publicación del País en Google+ he visto tus publicaciones y ahora tus blogs, solamente decirte que tienes cosas muy interesantes , más bastantes cosas en común conmigo.

    Recibe un saludo.
    DMG

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  2. Buenas noches.

    Después de leer tu comentario creo que coincidimos en dos cosas:
    1.- Que lo de esta tarde ha sido absurdo por las dos partes. De esa forma no se llega a nada, nunca.
    2.- Que tengo publicaciones interesantes, pero sólo aquellas en las que me limito a figurar como mero 'publicador' y nada más.

    Seguro que tenemos más cosas en común de lo que ha parecido esta tarde, y simplemente decirte que lo que has hecho te honra.

    Recibe tu también un cordial saludo.

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