miércoles, 10 de octubre de 2018

Cuenca y las lagunas de Cañada del Hoyo


Caminando por Cuenca se tiene la sensación de estar paseando por la cuerda de una montaña, de la que, en cualquier momento, nos podemos despeñar, bien hacia la profunda hoz del río Júcar, bien hacia la amenazante hendidura del Huécar. Y es que llama la atención la estrecha superficie en la que se halla enclavada la parte más antigua de la ciudad. Desde el punto más alto, del que hoy solo quedan las ruinas de lo que fue el castillo, hasta los rascacielos de colores que suben por la serpenteante calle que desemboca en la plaza, el casco histórico se extiende por esta limitada superficie, dejando en quien lo visita la sensación de que por más que lo recorramos siempre quedará algún rincón por descubrir para un viaje posterior.

En esta ocasión, son dos las formas de recorrer la ciudad que propondremos: en primer lugar, a través de sus monumentos y rincones más emblemáticos; y, en segundo lugar, y dentro del mismo día, una visión de la ciudad desde los miradores que ofrece. Combinando ambos paseos nos haremos una idea de todo lo que ofrece Cuenca.

Por otra parte, propondremos la visita a un lugar espectacular, a la vez que desconocido: el paraje de las lagunas de Cañada del Hoyo, a 45 minutos de la capital. Se trata de "cráteres" llenos de un agua de cambia de color según la época del año, rodeados de pinares y tejos, en medio del más absoluto silencio. Y para pasar la noche, una casa con todas las comodidades en la cercana localidad de Arguisuelas, Las Azoreras.

-Cuenca a través de sus principales monumentos-
Tras un zigzagueante ascenso por la calle de Alfonso VII, dejamos a ambos lados de la misma unas curiosas construcciones que en la ciudad reciben el nombre de "rascacielos". Así llamados, con un poco de sorna, porque son edificios más altos de lo que realmente aparentan, pues mientras al nivel de la calle muestran tres o cuatro alturas, en su parte trasera, descolgados sobre la escarpada ladera tienen bastantes más. Los de la calle Alfonso VII destacan por sus vivos colores en tonos azules, naranjas y amarillos.



Solo unos metros más arriba, cruzando el arco del Ayuntamiento, llegaremos a la Plaza Mayor, epicentro de la vida urbana, y origen y destino de todas las rutas que discurren por el casco viejo. A la derecha se puede observar la portada de la Catedral. Es de inspiración anglo-normanda, lo que a primera vista sorprende, teniendo en cuenta la gran distancia que la separa de sus hermanas europeas. Sin embargo, como apunta Eslava Galán, quizá se eligió este estilo porque la Corte de Alfonso VII se instaló en Cuenca durante diez años, a la que además Leonor de Plantagenet, viajaron técnicos de procedencia normanda. La catedral ha sufrido profundas modificaciones a lo largo de los siglos, pero abordaremos las mismas en una futura visita. En ésta nos conformaremos con ver el efecto del paso de las horas del día sobre la blanca fachada principal.





Callejeando por la parte trasera de la Catedral enfilaremos la ronda de Julián Romero, en cuyo estrecho inicio, si nos volvemos, podremos divisar la antigua torre de la Catedral. A unos pasos a nuestra derecha nos aguarda la portada del antiguo Colegio de San José (hoy convertido en posada), realizada en estilo neoclásico, con dintel sobre la puerta, y sobre éste una hornacina, rematada en frontón, con la figura que da nombre al establecimiento.



Avanzando por la empinada ronda llegamos a uno de los lugares más curiosos de la ciudad: el Cristo del Pasadizo, una austera talla de madera, enrejada, situado bajo un voladizo de típicas vigas castellanas. Sorprende porque nadie espera encontrarlo aquí, y porque alguien mantiene vivas las velas que le sirven como humilde ofrenda.



El paseo por la ronda de Julián Romero nos deparará, además de más pasadizos dignos de una película de suspense, preciosas terrazas con una viva vegetación que se asoman desafiantes a la hoz del río Huécar. En alguna de ellas, los artistas locales exponen sus obras para que los turistas las admiren y, si quieren, las acaben comprando.



Siguiendo hacia el norte llegaremos hasta el antiguo Convento de las Carmelitas, del s. XVII, y que hoy alberga la Fundación Antonio Pérez. Destacan la portada con hornacina,  los escudos blasonados que la rodean.


Subiendo la escalinata que parte desde la izquierda del antiguo convento, llegaremos al actual Archivo Histórico Provincial de Cuenca, que en tiempos más oscuros albergó en sus muros la cárcel de la ciudad y el Consejo de la Inquisición. Hoy sólo (y no es poco) guarda las evidencias de ese duro tiempo, para que, entre otras cosas, no volvamos a repetirlo.


La siguiente parada es el punto más septentrional que tocaremos. Se trata de las ruinas del castillo de la ciudad. Hoy sólo quedan unos pocos restos entre los que se pueden adivinar los lienzos del recinto amurallado, varias torres y una puerta. Ésta recibe el nombre de arco de Bezudo, y dentro de la misma todavía puede verse unos deteriorados arcos blasonados que pertenecían a la noble familia que albergó sus muros. No podemos abandonar el castillo sin habernos encaramado en su parte superior y contemplar las vistas que nos ofrece de la ciudad, con el Archivo Histórico Provincial, en primer término, y la espléndida cúpula octogonal de nuestra siguiente parada: la iglesia de San Pedro.






Este templo, que se divisa desde multitud de puntos de la ciudad, destaca por, como ya se ha dicho, la cúpula octogonal que lo corona y por la portada barroca, obra de José Martín. El interior, de traza octogonal, se encontraba cerrado, como la gran mayoría de iglesias de nuestro país. Quizá en otra ocasión tengamos suerte y podamos verla.


La próxima parada la realizaremos en nuestro descenso por la calle de San Pedro a la Plaza Mayor. Se trata de la portada del Antiguo Colegio de los Jesuitas. De ella destaca el arco que rodea la puerta, y las tres hornacinas vacías que se encuentran en la parte superior del conjunto, que permiten hacerse una idea de la suerte que corrieron las figuras que albergaban.


De esta manera, terminaremos la visita por la parte alta de la ciudad, y llegaremos nuevamente a la plaza con sus vistosos edificios de colores.



Desde aquí nos dirigiremos a una de las partes más interesantes del casco viejo de la ciudad, y que, sin duda, constituye el emblema más característico de Cuenca: las Casas Colgadas, que no colgantes, del s. XV. Su estructura recia, asomada peligrosamente al terraplén que conforma la hoz del Huécar, junto con los balcones de madera, hacen las delicias de los comensales del restaurante que se aloja en sus entrañas, y de los turistas que se agolpan en el puente de San Pablo, buscando la perspectiva perfecta que inmortalice el día pasado en la ciudad, con el símbolo de la ciudad al fondo.


Ese puente es el nexo con el convento de San Pablo, hoy reconvertido en Parador Nacional de Turismo. El mismo se encuentra en un paraje único: en un montículo sobre la hoz del Huécar, que recuerda vagamente al emplazamiento de los monasterios aéreos de Meteora (Grecia). Además de las habitaciones y el restaurante, en el mismo conjunto se encuentra el Espacio Artístico Torner, al que se accede por la portada de la antigua iglesia, obra de José Martín de Aldehuela (1757).



Volviendo por el puente de San Pablo y cruzando, una vez más la plaza, nos encaminaremos ahora a uno de los lugares con más encanto de la ciudad. Una vez hayamos descendido por una escalinata adosada a otro de los tramos de la antigua muralla, llegaremos al barroco santuario de Nuestra Señora de las Angustias, un precioso lugar que las parejas conquenses eligen para la celebración de su enlace nupcial, y que en otoño, con sus característicos colores amarillos, ocres y algún verde tardío, tiene un particular atractivo. Desde aquí podemos divisar un lugar muy curioso: al otro lado de la hoz del Júcar, que discurre bajo el santuario, y excavados en la ladera de una montaña, podemos ver dibujados (y coloreados) dos ojos de un intenso color verde, que responden al nombre de "Los ojos de la mora".





Volviendo sobre nuestros pasos por la escalinata, regresaremos a una ciudad que a estas horas de la tarde arroja unas estampas bellísimas, con la luz reflejada sobre los adoquines y los candiles de sus calles y plazas.



Otra vez en la Plaza Mayor, con su Ayuntamiento ya iluminado, giraremos a la derecha una vez hayamos cruzado debajo de sus arcos, y nos encontraremos de frente con la austera fachada del convento de las Esclavas (o de la Merced), con el enrejado en las ventanas típico de estos enclaves religiosos.



Detrás encontramos una plaza en la que destacan dos bellas portadas barrocas que corresponden a la iglesia de la Merced, anexa al convento y al Seminario Conciliar.


Los últimos rayos de sol nos guían hacia la que será nuestra última parada: la torre de Mangana. Esta edificación, que recuerda a otras similares que se encuentran en Italia, destaca por su esbeltez, su reloj y los matacanes que circundan su parte superior. Por su emplazamiento, es el lugar ideal para despedir el día y concluir la ruta por los monumentos más destacados de la ciudad.



-Cuenca y sus miradores-
La orografía de la ciudad, enclavada, como se ha dicho, en un risco sobre las hoces de dos ríos, permite visitar la ciudad a través de sus miradores. Así, obtendremos unas vistas de las que muy pocas ciudades pueden presumir.

Tomando como punto de partida la Plaza Mayor, rodearemos la Catedral, pero esta vez hacia el sur, hasta dar con la plaza de la Ciudad de Ronda. Desde este mirador podemos ver el reverso de los "rascacielos" que tienen su entrada por la calle Alfonso VII, y comprobaremos que las alturas que se ven desde allí no se corresponden con las que vemos desde aquí.


Si volvemos sobre nuestros pasos, desde un pequeño balcón abierto al efecto, obtendremos, de una sola vez, la visión del puente y del convento de San Pablo, y seremos conscientes de la tremenda caída que hay desde aquél hacia el río Huécar. El convento puede ser divisado nuevamente desde un mirador ubicado en la ronda de Julián Romero.



No debemos perder la oportunidad de cruzar el puente de San Pablo, y una vez lleguemos a la puerta del Parador, hemos de girar para contemplar, desde aquí, el skyline conquense en todo su esplendor: partiendo desde la izquierda con las Casas Colgadas, recorreremos con la vista la hilera de edificaciones que se asoman vertiginosamente a la hoz del río Huécar, y finalizaremos en la cúpula octogonal de la iglesia de San Pedro.


Desde el mirador del barrio del Castillo obtendremos otra de las vistas más características de Cuenca. Esta vez tendremos de frente la profunda brecha que constituye la hoz del Huécar, y a nuestra derecha el perfil descendente del casco histórico de la ciudad, con las Casas Colgadas al fondo.


Las ruinas del castillo también son un buen mirador. Al encontrarse en la parte más alta de la ciudad son un buen lugar para divisar tanto la vertiente izquierda (la ya referida hoz del Huécar), como los frondosos barrancos situados sobre el río Júcar, coloreado después del verano con los típicos colores del otoño.


Son las mismas vistas, pero desde más altura, que obtendremos desde el santuario de Nuestra Señora de las Angustias, otro punto idílico para buscar una visión de las aguas del río Júcar a su paso por Cuenca.


En este recorrido por los miradores de Cuenca nuestro favorito es el que se encuentra junto a la iglesia de San Miguel. Si bien la iglesia no tiene mucho interés arquitectónico (se ve que tiene muchos añadidos recientes), en un lugar ideal para contemplar el atardecer, pero también para comprobar, una vez más, la estructura de los rascacielos y cómo engañan estos a la vista dependiendo desde dónde sean observados.




El último de los miradores que proponemos en nuestra visita es el de la torre de Mangana. Desde aquí se nos ofrece una interesante visión de la parte baja de la ciudad, la zona más moderna de Cuenca, de tramo de "rascacielos" que se encuentran en la subida de la calle Alfonso VII, y de uno de los meandros de la hoz del río Júcar.






Ahora sí, siendo ésta nuestra última parada, merece la pena echar la vista atrás para obtener una última vista de la ciudad iluminada, que nos dejará un recuerdo imborrable en la retina.


-Las lagunas de Cañada del Hoyo-
La segunda jornada en la provincia nos ha de llevar a un recóndito lugar dentro de la misma: las lagunas de Cañada del Hoyo.

Nosotros hicimos noche en Las Azoreras (Arguisuelas), apartamentos rurales totalmente equipados, con jacuzzi y chimenea, en los que nos sentimos como en casa. Además, la dueña de la casa deja un completo desayuno para dos personas en la habitación, que es perfecto para comenzar el día con fuerzas.

Nuestro destino dista de Arguisuelas 26 kilómetros, que en coche tardaremos en recorrer unos 25 minutos. Llegando al pueblo de Cañada del Hoyo, la señalización de las vecinas más ilustres del pueblo se hacen más evidentes, y una vez crucemos el pequeño municipio, una estrecha carretera de dos carriles nos llevará hasta un desvío que nos dejará en una superficie de tierra, en la que debemos dejar el vehículo durante la visita a este paraje natural.

A unos 300 metros del aparcamiento encontramos la primera laguna, la de la Cruz o de la Gitana, así llamada por hallarse una cruz clavada en una de sus orillas. Ésta, al igual que las otras dos que visitaremos, son de tipo kárstico y, lejos de lo que pudiera pensarse, no fueron creadas por el impacto de un meteorito, sino porque en un momento dado la superficie terrestre cedió ante su propio peso, y las galerías subyacentes soportaron el corrimiento de tierras.


Además de por la perfecta circunferencia que forman, esta laguna se caracteriza por el cambio en el color del agua que se produce en la segunda quincena del mes de julio: del verde esmeralda habitual pasa a tener un color blanco lechoso. Esto es debido a los microorganismos que pueblan estas aguas, las cuales manan del subsuelo, y a un fenómeno denominado "precipitación del carbonato magnésico y cálcico" en forma de cristales de dolomita y calcita.


A continuación nos dirigiremos al lagunillo del Tejo, que cuenta con una profundidad de entre 5 y 8 metros. El tono de sus aguas, al contrario que el de la laguna de la Cruz, es negro, y en parte es debido al plancton y la clorofila. Sin embargo, es un solo un efecto y, si la pudiéramos coger, veríamos que es totalmente transparente.


En último lugar visitaremos la laguna del Tejo, la más grande de todo el conjunto y con 150 metros de diámetro, y la más profunda (unos 30 metros). Debe su nombre a los tejos que la escoltan desde lo más alto de sus paredes de la zona umbría. De las tres es la que más clara conserva sus aguas.



Y todavía quedan unas cuantas lagunas más, pero se encuentran en una finca privada, a la que hay que pagar por acceder para verlas. Nosotros no lo hicimos.

Nuestro viaje finalizó aquí, regresando por el mismo camino a Madrid, de la que nos separaba una hora y media aproximadamente.

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