jueves, 29 de agosto de 2013

Día 1: Puerto de Pajares, Playa de San Pedro de la Ribera y Cabo Vidio

En la presente y sucesivas entradas me propongo narrar el viaje que este año nos ha llevado por tierras asturianas y gallegas, con el ánimo de que le pueda servir de ayuda a quien lo emprenda a partir de ahora, con datos básicos sobre la zona, restaurantes, sitios a visitar y servicios en cada una de las paradas. Espero que si algún día viajáis por la zona, disfrutéis tanto como lo he hecho yo.

El viajero que se dirige a Asturias desde el centro de la Península Ibérica tiene dos posibilidades para llegar hasta ella. Por un lado tiene la opción de tomar la Autovía A-6, que cuenta con dos peajes, desde San Rafael a Adanero (Segovia) y posteriormente, tomar la Autopista de Peaje AP-66 desde León hasta la localidad asturiana de Campomanes, y por otro, puede acceder al Principado por el Puerto de Pajares. Si elige la primera opción el camino habrá discurrido por una buena autopista y habrá ganado aproximadamente unos 45 minutos. Si por el contrario se decide por la segunda opción (la ausencia de prisa en este caso es condición 'sine qua non' tendrá 30 euros más en el bolsillo y habrá podido comprobar las espectaculares vistas que nos brinda el Puerto de Pajares, siempre y cuando tengamos la suerte de que no haya niebla. No hay que temer el estado de la carretera, pues cuenta con buen firme y anchura, aunque es aconsejable no tomar esta vía de acceso en otoño e invierno. Eso sí, hay que extremar la precaución en la conducción, pero como en cualquier carretera que se precie. Así que creo que está clara la opción que nosotros elegimos.


Este año, nuestro destino fue Salamir, un pequeño núcleo poblacional compuesto por bonitas casas unifamiliares, perteneciente al Concejo de Cudillero. Como bien es sabido, el efecto que causa una playa en la gente de Madrid es similar al de un buen chuletón en alguien que se encuentra en las antípodas del vegetarianismo, así que nada más descargar el maletero nos lanzamos a la que se encontraba más cerca de nuestra casa: San Pedro de la Ribera. A ella se puede acceder desde la Autovía A-8, tomando la salida de Soto de Luiña, o bien desde Salamir, bajando por la carretera que lleva hasta dicha localidad, y tras cruzar un puente, girar a la derecha siguiendo la señal que conduce a la playa. En ambos casos está bastante bien señalizada y no tiene pérdida.

El primer día que recalamos en la Playa de San Pedro de la Ribera pensamos que habíamos tomado un desvío equivocado y por alguna extraña razón aparecimos en Torrevieja. Luego nos enteramos de que era una de las playas más turísticas de la zona, y el hecho de que hiciese un día espléndido, que fuese un sábado y de agosto, y que el pueblo de al lado se encontrase en fiestas, hicieron bastante para que la playa se encontrase así.

Pese a ello, la playa es de una gran belleza. Se encuentra resguardada por dos paredes de roca de bastantes metros que impiden que haya un gran oleaje. Cuando baja la pleamar, se dejan ver unos espléndidos farallones por lo que se puede pasear y que dejan ver la erosión que en ellos ha hecho el agua del mar a través de los siglos.



La playa cuenta con un bar, kioscos y servicio de salvamento y emergencias, por lo que es muy recomendable para pasar un día en familia. Además, las tranquilas corrientes del río Deva van a desembocar al mar Cantábrico en esta playa, lo que hará las delicias de lo más pequeños, los cuales lo disfrutarán más que las frías aguas del mar.

Por la tarde estuvimos con una gran persona que te enseña cosas. No me estoy refiriendo a un exhibicionista de grandes dimensiones, ni tampoco a un guía turístico de gran estatura., sino a una persona que te enseña todo lo que sabe, y a tí no te queda más remedio que aprenderlo y absorberlo para provecho propio. Es Javier, un gran compañero sindicalista de la vieja guardia, con la esencia de los obreros asturianos que de siempre se han dejado la piel, que nos enseñó las espléndidas vistas del Cabo Vidio, que alcanzan desde la parte más occidental del litoral asturiano hasta el Cabo de Peñas. 







También nos contó la historia de los vaqueiros, a quienes una franja en el suelo les impedía el paso a la Iglesia de San Martín de Luiña, y también nos enseñó las cetáreas naturales que la familia Otamendi poseía en el puerto de Oviñana. Las cetáreas son lugares enclavados en las paredes de piedra esculpidos en los acantilados que rodean el puerto, y donde los pescadores guardaban el marisco recién capturado.



En relación con ellas nos contó cómo un domingo por la tarde y debido a una repentina bajada de marea le ofrecieron cincuenta centollos que iban a echarse a perder a un precio que no podía rechazar. Los rechazó quizá porque no era muy atractiva la idea de pasearse con cincuenta centollos moribundos por las calles de Oviedo un domingo por la tarde intentando colocarlos al mejor precio posible.

El día terminó en su casa de veraneo, tomando una cerveza y con una agradable conversación con él y su mujer, Yolanda, que se extendió prácticamente hasta las doce de la noche.

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