domingo, 14 de septiembre de 2014

Castillo de Montalbán, iglesia de Nuestra Señora de Melque y Cárcavas de Castrejón (Toledo)

A una hora y media de Madrid se encuentran dos de los monumentos más representativos de la Edad Media en nuestro país: el castillo de Montalbán y la iglesia de Nuestra Señora de Melque. Ambos se encuentran en el término municipal de San Martín de Montalbán, aunque se tenga la creencia errónea de que pertenecen a La Puebla de Montalbán, pueblo más famoso que el anterior, pero que, desafortunadamente para él, no ostenta ese honor.


La visita fue organizada por José Antonio, un compañero de trabajo que tiene casa en la zona, y por su mujer, que nos introdujo hasta el último recoveco de ambos lugares. Y es de agradecer, pues Carmen, que es como se llama ella, se ha criado en ambos sitios y, por ello, nos pudo contar multitud de anécdotas sobre el devenir de ambos monumentos.

Podemos acceder al castillo desde San Martín o desde La Puebla, pero debemos prestar mucha atención a las señales de la carretera, una vez que abandonemos cualquiera de ambas poblaciones. Una vez que se toma el desvío hacia la fortaleza continuaremos por una pista de tierra durante un kilómetro y medio aproximadamente hasta un ensanchamiento del camino, donde dejaremos aparcado nuestro vehículo. Desde aquí todavía tendremos que transitar durante cuarto de hora por un camino de tierra que nos llevará a los pies del gran arco de entrada al castillo.


El castillo, que ha conocido mejores épocas, sorprende por el gran número de partes que aún conserva. Aunque su estado de conservación no es óptimo, si tenemos en cuenta la cantidad de siglos que atesora es un milagro que mantenga en pie elementos como el arco triunfal, la Torre del Homenaje o los imponentes lienzos completos de la muralla.


Situado sobre el cauce del río Torcón, desde su posición se divisa toda la llanura castellana, lo que da una idea de lo importante que era en una época de conquistas continuas de territorio por parte de los ejércitos musulmán o cristiano.

Aunque supuestamente fue edificado por la Orden del Temple, su origen se remonta a una alcazaba árabe anterior, de la que todavía se conserva algún resto en el patio, y que fue conquistada por el avance de las fuerzas cristianas en la época de la Reconquista.

La visita al castillo comienza atravesando el arco de más de 20 metros de altura, que nos dará acceso directamente al amplio patio central, rodeado por una muralla bien conservada, por la que podemos caminar a través de sus caminos de ronda y sus almenas, cual vigía en la Edad Media.

Merece la pena asomarse al tajo de 100 metros que cae a los pies del castillo, y en cuyo fondo se encuentran las verdes aguas del río Torcón.


En la vuelta al castillo a través del patio, pasaremos de largo las neveras excavadas en la piedra, y accederemos a las estancias superiores del castillo a través de unas escalerillas muy estrechas y nada seguras. Una vez arriba, y antes de acceder al interior, girando 180 grados sobre nosotros mismos seremos conscientes de la amplitud de kilómetros que se vigilaban y controlaban desde aquí.



Ahora sí, accediendo al interior y tras recorrer un pasillo no muy largo con saeteras a los lados, llegaremos a una estancia abovedada con nervios  de ladrillo en el techo. Podemos quedarnos unos minutos en ella y comprenderemos lo dura que debió ser la vida en un castillo durante la Edad Media, de los guerreros y sirvientes, desde luego, pero también de los nobles que vivían en él. Echando un vistazo a los restos de las letrinas que aún quedan se podrá comprender fácilmente a qué me refiero.




Antes de abandonar el castillo podemos pasear por el muro bajo que rodea el arco de acceso y contemplar algunas de las marcas de cantero que aparecen en sus muros. Encontraremos desde flechas hasta cruces patadas y una curiosa estrella de cinco puntas.



Tras la visita al castillo, volvimos nuestros pasos hacia San Martín de Montalbán para comer en el restaurante 'El Portón', que sirve un cordero asado en fuente de barro delicioso. También tomamos una ración de conejo al ajillo, bastante buena, con perdigón de caza incluido, que no pasó a mayores. Quizá lo único que mejoraría es que las patatas que ponen como guarnición no fuesen congeladas de bolsa, pero ello por sí solo no desvirtúa lo sabroso que estaba el cordero. Salimos a 25€ por persona, por lo que en relación calidad-precio está también muy bien. Por tanto, si pasamos por la zona, este restaurante familiar, de comida casera, es muy recomendable por su cocina y su cercanía con los principales monumentos de la zona.

Tras los cafés, nos dirigimos hasta la iglesia de Nuestra Señora de Melque, uno de los pocos templos visigodos que se mantienen en pie en nuestro país. Tiene un exterior en algunas partes bastante reformado, pero que nos permite apreciar su planta cruciforme con total claridad.


Del exterior también destacan las ventanas de influencia mozárabe de los ábsides izquierdo y derecho. La torre, utilizada por los templarios como fortaleza defensiva, se encuentra actualmente prácticamente desmontada. 



Una vez en el interior merece la pena detenerse en cada uno de sus rincones, el interior de su ábsides, la terminación de sus arcos achatados de medio punto, su parca y prácticamente inexistente decoración, su cúpula suspendida sobre tantos siglos. Aquí se respira historia, y a ello ayuda bastante la tenue luz que ilumina las estancias.







Desde una abertura en los muros podemos acceder a una pequeña necrópolis en el exterior, que da una idea de la importancia de esta iglesia en la comunidad visigoda que la fundó.


Justo al lado del templo se ha abierto un Centro de Interpretación dedicado a la iglesia y al mundo visigodo, al que también debemos dedicar unos minutos para entender en su totalidad las características, historia y circunstancias del templo. Es imposible resumir miles de años de historia en un simple post, por lo que lo mejor es pasarse por aquí y contemplarlo sobre el terreno.


Finalizamos esta completa jornada en las Cárcavas de Castrejón. Estas formaciones rocosas se encuentran en un desvío en la carretera que une La Puebla de Montalbán con Toledo.



Se trata de unas formaciones de arcosas, que ofrecen unos espectaculares juegos de luces al atardecer, y cuya visión reflejada en el embalse de Castrejón es una forma inmejorable de terminar nuestra excursión por este cercano (pero, en ocasiones poco frecuentado) rincón de la provincia de Toledo.

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