miércoles, 22 de noviembre de 2017

Tinta y vino


Aún recuerdo el olor a humedad de la librería de viejo de la Plaza Mayor de Villaverde, a la que mi madre nos llevaba a la salida del colegio para intercambiar tomos con viñetas de personajes de Ibáñez o Vázquez Gallego. Aunque predominaban las de Mortadelo y Filemón, también estaban Anacleto y Pepe Gotera y Otilio. Y así pasábamos las tardes, sobre todo de otoño e invierno, cuando la lluvia, que entonces sí caía en Madrid, nos invitaba a devorar página tras página.

Ese fue mi primer acercamiento al cómic. Y estaré eternamente agradecido a mi madre, porque sin esas paradas en aquella añeja librería no habría disfrutado como lo hice del libro de Étienne Davodeau, 'Los ignorantes'.

El cómic de este autor francés es un concepto totalmente innovador: un dibujante de cómic (el propio Davodeau) intercambia sus conocimientos sobre el dibujo y la edición de libros con un viticultor (Richard Leroy), y éste sus conocimientos de producción del vino en sus viñedos de Montbenault con el autor de cómics.


El libro está concebido desde una óptica muy didáctica, en la que por medio de unos espléndidos dibujos Leroy explica a Davodeau las técnicas de poda, la selección de la madera para las barricas, el arado de las viñas, etc. Y al contrario, páginas en las que Davodeau instruye a Leroy sobre las técnicas de impresión, de selección del papel o la graduación del color.

Por lo general, la parte en que se habla de la viticultura es más entretenida que la dedicada a las explicaciones del dibujante. Así, resulta muy didáctico e interesante el capítulo dedicado a la vendimia. Y destaca aquella serie de viñetas en las que, como una suerte de ritual, viticultor y dibujante riegan las viñas de Montbenault con su propia orina. Escatológico, pero cargado de significado, pues dice que de esa manera le reconocen. Por otra parte, se expone de manera muy clara una nueva técnica introducida por Leroy para la elaboración de sus vinos, la termodinámica, en la cual se prescinde de todos los productos químicos durante el proceso (incluido el azufre, comúnmente utilizado por otros viticultores).


Por su parte, Davodeau se parapeta en el personaje del vitucultor para hacer crítica de otros autores de cómic contemporáneo, como Moebius, pues a lo largo del libro es habitual ver cómo el autor presta al viticultor muchos tomos de cómic, y en su siguiente visita este último le comenta sus impresiones sobre los mismos, la cual, por cierto, no siempre es buena. A decir verdad, casi nunca.

Al final, lo que queda del libro, como con los buenos vinos, es un regusto agradable, con dos personas que sienten pasión por lo que hacen, y a las que es una delicia ver disfrutar del vino que uno ha recolectado y el otro ha dibujado, mientras ven el libro que uno ha inspirado y el otro ha materializado.

En definitiva, nos encontramos ante un libro novedoso en su concepción, pero que, en realidad es una oda a esas personas que sienten verdadero amor por lo que hacen, y que están dispuestos a compartirlo con los demás, aunque su pasión sea alto tan antagónico como la tinta y el vino.

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